Estoy persuadido de que si todos los participantes en el congreso del PP de Cataluña hubieran conocido este artículo de Juan Manuel de Prada, el resultado habría sido otro.
Nebrera y los gregarios
UN etólogo que deseara descifrar las conductas gregarias de los humanos encontraría un campo inagotable de estudio en el funcionamiento de los partidos políticos, fábricas especializadas en triturar todo lo que en el hombre hay de distintivo, hasta reducirlo a una papilla lacayuna y mazorral.
Hay un cuento de H. G. Wells en el que un explorador llega a una aldea remota cuyos pobladores son todos ciegos de nacimiento; el protagonista piensa que, al tener las facultades visuales intactas, no le costará ser admitido como guía de la comunidad, pero pronto descubrirá horrorizado que, si desea que lo acepten, tendrá que dejarse arrancar los ojos. Lo mismo sucede en política: quien se incorpora a un partido con el deseo de brindar una aportación original, enseguida descubre que sus esfuerzos son trabajos de amor perdidos; y, si quiere medrar, o siquiera ser aceptado en el clan, ha de avenirse a comulgar con la mediocridad rampante. Si se atreve a desafiar esa mediocridad tan abrigadita, ya sabe que su destino es la intemperie; porque los partidos políticos funcionan como máquinas donde la docilidad siempre obtiene recompensa, donde el gregarismo garantiza el medro, donde el sometimiento cabizbajo a las directrices más mostrencas se califica de lealtad. Y, ¡ay de quien ose levantar la cabeza! Se le tomará por traidor y le afeitarán el pescuezo en cuanto se descuide. Porque nada enardece tanto a los mediocres, nada excita tanto su voluptuosidad, como decapitar el talento.
Así se está consiguiendo que los partidos políticos se transformen en asilos donde se cobija una morralla de gentes de méritos fantasmagóricos y servilismo a prueba de bomba que viven de rumiar cuatro consignas archisabidas y de mamonear con el que manda. Una prueba especialmente grimosa de la conversión de la política en pesadilla wellesiana nos la ofrece ese congreso catalán del PP que hoy se celebra. Varios candidatos se disputaban la presidencia; y pensábamos que lo hacían movidos por un fin superior. Pero hete aquí que ha bastado que desde Madrid les impusieran a dedazo una candidata para que todos corrieran a comer en su mano, donde se demuestra que el único fin que los mueve es el reparto de las migajillas.
Todos menos Montserrat Nebrera, que para explicar su resistencia al cambalache ha pronunciado una frase de estirpe ciceroniana: «No existe vida más allá del honor».
Montserrat Nebrera merecería mucho más que ganar un congreso político; ella merecería por lo menos protagonizar una novela de Henry James. La mayoría de los políticos de nuestra época no darían argumento ni al prospecto en el que se explica el funcionamiento de un electrodoméstico; y, a su lado, Montserrat Nebrera desentona como un cisne entre patos mareados.
Con Montserrat Nebrera coincidí en cierta ocasión en un programa radiofónico de Julia Otero y me quedé prendado de su elocuencia, de su trepidación intelectual, de su entusiasmo, también de su belleza vivaz y risueña: estaba llena de esa pasión luminosa que distingue a quienes guía una ambición menos bajuna que el reparto de migajillas; y había algo conmovedor y arriesgado en su brío, como en el impulso del pájaro que se lanza a volar, abandonando el plácido nido, sin saber siquiera si lo asistirán las alas. Montserrat Nebrera irrumpió como un torbellino en la política catalana; pero en cuanto descubrieron que su talento se rebelaba contra los gregarismos la fueron orillando, la fueron expulsando a la intemperie. Así ha sobrevivido, entre mezquindades y puñaladas traperas, hasta llegar a este congreso, donde los mediocres se aprestan a afeitarle el pescuezo. Pero yo la veo por la tele, diciendo que no existe vida más allá del honor mientras alza la mandíbula, y descubro que tiene el cuello más hermoso del mundo. Hace falta, en verdad, ser muy gregario, para decapitar ese cuello; hace falta ser muy cerril para desdeñar tanto talento deseoso de brindarse. Si la mediocridad asfixiante del medio le impide ganar ese congreso, al menos le quedará la oportunidad de protagonizar una novela. Aunque quizá no haya hoy en España un novelista a la altura de su talento.
www.juanmanueldeprada.com
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