domingo, 6 de julio de 2008

MONTSERRAT NEBRERA VISTA POR JUAN MANUEL DE PRADA









Estoy persuadido de que si todos los participantes en el congreso del PP de Cataluña hubieran conocido este artículo de Juan Manuel de Prada, el resultado habría sido otro.

Nebrera y los gregarios

UN etólogo que deseara descifrar las conductas gregarias de los humanos encontraría un cam­po inagotable de estudio en el funcionamiento de los partidos políticos, fábricas especializadas en tri­turar todo lo que en el hombre hay de distintivo, hasta reducirlo a una papilla lacayuna y mazorral.

Hay un cuento de H. G. Wells en el que un explorador llega a una aldea remota cuyos pobladores son todos ciegos de nacimiento; el protagonista piensa que, al tener las facultades visuales intactas, no le costará ser admitido como guía de la comunidad, pero pronto descubrirá horrorizado que, si desea que lo acepten, tendrá que dejarse arrancar los ojos. Lo mismo sucede en política: quien se in­corpora a un partido con el deseo de brindar una aportación original, enseguida descubre que sus esfuerzos son trabajos de amor perdi­dos; y, si quiere medrar, o siquiera ser aceptado en el clan, ha de avenirse a comulgar con la me­diocridad rampante. Si se atreve a desafiar esa medio­cridad tan abrigadita, ya sabe que su destino es la in­temperie; porque los partidos políticos funcionan co­mo máquinas donde la docilidad siempre obtiene re­compensa, donde el gregarismo garantiza el medro, donde el sometimiento cabizbajo a las directrices más mostrencas se califica de lealtad. Y, ¡ay de quien ose le­vantar la cabeza! Se le tomará por traidor y le afeitarán el pescuezo en cuanto se descuide. Porque nada enarde­ce tanto a los mediocres, nada excita tanto su voluptuo­sidad, como decapitar el talento.

Así se está consiguiendo que los partidos políticos se transformen en asilos donde se cobija una morralla de gentes de méritos fantasmagóricos y servilismo a prueba de bomba que viven de rumiar cuatro consig­nas archisabidas y de mamonear con el que manda. Una prueba especialmente grimosa de la conversión de la política en pesadilla wellesiana nos la ofrece ese con­greso catalán del PP que hoy se celebra. Varios candida­tos se disputaban la presidencia; y pensábamos que lo hacían movidos por un fin superior. Pero hete aquí que ha bastado que desde Madrid les impusieran a dedazo una candidata para que todos corrieran a comer en su mano, donde se demuestra que el único fin que los mue­ve es el reparto de las migajillas.

Todos menos Montse­rrat Nebrera, que para explicar su resistencia al cam­balache ha pronunciado una frase de estirpe ciceronia­na: «No existe vida más allá del honor».

Montserrat Nebrera merecería mucho más que ga­nar un congreso político; ella merecería por lo menos protagonizar una novela de Henry James. La mayoría de los políticos de nuestra época no da­rían argumento ni al prospecto en el que se ex­plica el funcionamiento de un electrodomésti­co; y, a su lado, Montserrat Nebrera desentona como un cisne entre patos mareados.

Con Mont­serrat Nebrera coincidí en cierta ocasión en un programa radiofónico de Julia Otero y me que­dé prendado de su elocuencia, de su trepidación intelectual, de su entusiasmo, también de su be­lleza vivaz y risueña: estaba llena de esa pasión luminosa que distingue a quienes guía una ambición menos bajuna que el reparto de migajillas; y había algo conmovedor y arriesgado en su brío, como en el impul­so del pájaro que se lanza a volar, abandonando el pláci­do nido, sin saber siquiera si lo asistirán las alas. Mont­serrat Nebrera irrumpió como un torbellino en la polí­tica catalana; pero en cuanto descubrieron que su ta­lento se rebelaba contra los gregarismos la fueron ori­llando, la fueron expulsando a la intemperie. Así ha so­brevivido, entre mezquindades y puñaladas traperas, hasta llegar a este congreso, donde los mediocres se aprestan a afeitarle el pescuezo. Pero yo la veo por la te­le, diciendo que no existe vida más allá del honor mien­tras alza la mandíbula, y descubro que tiene el cuello más hermoso del mundo. Hace falta, en verdad, ser muy gregario, para decapitar ese cuello; hace falta ser muy cerril para desdeñar tanto talento deseoso de brin­darse. Si la mediocridad asfixiante del medio le impide ganar ese congreso, al menos le quedará la oportuni­dad de protagonizar una novela. Aunque quizá no haya hoy en España un novelista a la altura de su talento.

www.juanmanueldeprada.com

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