viernes, 15 de febrero de 2008

EL LENGUAJE FEMINISTO

Mi amigo y sobrino J. C. Sánchez me ha facilitado un artículo que Don Francisco Rodríguez Adrados publicó en la Tercera de ABC el 27 de Agosto de 2004, titulado EL LENGUAJE FEMINISTO. La situación en que se encuentra la Lengua Común de España, me ha empujado a publicar el citado artículo .


El lenguaje feministo

Francisco Rodríguez Adrados (de las Reales Academias Española y de la Historia)

Ya puestos (y puestas), ¿por qué no este título? Pero estamos soltando el elefante en la cacharrería.

En mi artículo anterior medio prometí volver sobre el tema del género. Aunque me produce pereza dar lecciones, llevo muchos años haciéndolo sin mucho éxito. Sin embargo, una información en ABC sobre un Manual publicado por el Ayuntamiento de León sobre el lenguaje «no sexista» que, por lo visto deberán emplear todos los empleados municipales, me incita a ello.

Abro el paraguas. Me pregunto, para empezar, ¿por qué son tan sexistas las antisexistas? ¿Por qué se empeñan el colgar a cada palabra el sanbenito del sexo? Demasiado sexo.

A veces hay palabras o formas comunes a ambos sexos, la diferencia simplemente no interesa: «el hombre es un ser racional», «los funcionarios están en huelga». O se ignora: «el ratón», «la mosca», «el niño que ha tenido la vecina», al que yo me refería el otro día. Pero, que quede claro, cuando el nombre es ambiguo, la lengua tiene recursos para aclararlo, si interesa: «la juez ha sido justa».

Por supuesto, ya lo dije, la evolución social puede hacer que un nombre genéricamente común genere un femenino: «la ministra», quizá algún día «la estudianta». Pero meter la lengua entera en el quirófano y someterla a una cruenta e innecesaria cirugía, parece demasiado. Iba a tener mal éxito. Y ya tenemos demasiados traumas para tener que reaprender el español.

Créanme, de lo que de nuestra lengua, por puro prejuicio, no les gusta a las autoras del Manual, no tienen la culpa la Academia ni los gramáticos. La Academia y los gramáticos se limitan a recoger lo que los hablantes les ofrecen. Si acaso, alguna vez, intentan una tímida regularización. No más. No son creadores, son notarios.

Todo eso que no les gusta estaba ya en el antiguo castellano de los siglos XII y XIII. Y perdonen la lección (a nadie le gusta que se la den), pero el español (y el catalán y el gallego) es una lengua indoeuropea, no viene del ibero ni del vasco. Excúsenme otra vez, pero de esto sé algo: sobre el Indoeuropeo, nuestro origen, he escrito libros de mil páginas y lo he explicado años y años en la Complutense.

Ahora que estoy jubilado, intento enseñar desde aquí. Aunque me acuerdo de aquel párroco de Salamanca que predicaba en misa contra los que no iban a misa. Qué he de decir. Tampoco yo voy a algunas misas.

Vuelvo. El más antiguo Indoeuropeo, del que el hetita que conocemos en el Asia Menor del segundo milenio antes de Cristo es testigo, no tenía género. ¡Edad de oro sin sexismo! Pero hace más o menos 5.000 años el Indoeuropeo inventó el género - que en parte es sexo, en parte no (no en «el río», «la silla»). Y como se inventó sigue ahora más o menos.

Dejemos en paz a la Academia, la nuestra y las demás: el género está en casi todas las lenguas (lo han perdido el inglés, el búlgaro y el persa, que yo recuerde ahora, estoy lejos de los libros). Y es general, por ejemplo, el plural «con uso neutro o genérico del masculino»:

Italiano: i figli (frente a il figlio, la figlia)

Francés: les voisins (frente a le voisin, la voisine)

Alemán: die Studenten (frente a der Student, die Studentin)

Así en ruso, en griego, en hindi, en lo que quieran.

Y hay nombres que abarcan ambos sexos (alemán Mensch, griego anthropos) y otros que son, según el contexto, neutros o masculinos: latín homo, español hombre, francés homme.

Este es el sistema que sigue vivo en español, no le den vueltas. Apoyado en el contexto (que es como funciona la lengua) raramente ofrece ambigüedad o duda.

Y, si alguien quiere sacudirse complejos, le diré que el masculino genérico no es un invento para molestar a las mujeres. Es un resto de la época pregenérica del Indoeuropeo. El invento fue el femenino sexual, en casos limitados: frente a él la forma antigua, no genérica, se hizo, a veces masculino, hasta con sexo. Así, latín homo siguió siendo genérico (etimológicamente es «el terráqueo»), frente a femina «la que amamanta, la hembra». Pero también pasó a significar «varón». Igual «hombre». En «día» / «noche» el fenómeno es igual.

Somos los hombres, no las mujeres, los que deberíamos criar complejo, en realidad ya lo tenemos.

En fin, los remedios que proponen en León, su «lenguaje correcto», son mucho peores que la enfermedad, si es que es enfermedad. Para evitar «los funcionarios» se propone «el funcionariado»: «el funcionariado está en huelga». ¿Y si solo tres funcionarios (¡perdón por el plural!), no sé si hombres o mujeres, fueron a la tal huelga? ¿Habría que decir, quizá, «tres miembros / miembras del funcionariado fueron a la huelga»? Difícil nos lo ponen.

Y luego, fíjense, «el funcionariado», «las personas», «la gente», son unos masculinos, otros femeninos: discriminan. Entrando ya por todas, eso de que los abstractos tengan género, es un engorro. Díganselo a los que aprenden español o alemán o ruso. Pues es así.

¿Y qué me dicen de los «empleados municipales» que deberán cumplir el Manual? Quizá debiéramos decir «el empleo municipal», pero no queda claro. ¿O «el funcionariado»? - ¿«Qué tal el funcionariado?», preguntarán «correctamente» las mujeres o los maridos a los funcionarios o funcionarias cuando lleguen a casa. Mi consejo es que en casa se olviden del lenguaje «correcto» y se vuelvan al «incorrecto», el de toda la vida. Con él nos vamos defendiendo.

En fin, habría que nombrar en cada departamento oficial (y en los no oficiales, si sigue la marea), un Comité lingüístico asesor para el género y luego un tribunal para resolver los problemas. Y, para supervisarlo todo, otro para toda la nación (¿nación?), algo así como el Constitucional. Valiente embrollo.

Para qué complicarnos tanto la vida, ya de por sí difícil, digo yo. Tendríamos que decir no solo «artisto», también «poeto». Y «mota», «radia», «tela», no «moto», «radio», «tele». Demasiado duro. Con «las mujeras», que dicen los moros, yo ya, la verdad, no me atrevo. Don Miguel de Cervantes, si es que asoma la calavera fuera de la tumba a ver cómo marcha lo del centenario, volvería, seguro, a meterla dentro.

Protágoras, el sofista, se adelantó a las feministas metiéndose en el mismo lío. Se escandalizó de que, en griego antiguo, «el gallo» y «la gallina» se dijeran igual, alektruón: dejó esta palabra para el masculino e inventó alektrúaina para el femenino (como «león» / «leona», ya ven que a veces somos casi griegos). Tampoco le gustaba que hubiera masculinos en -a y femeninos en -o: propuso cambiar esas palabras.

¿Saben qué hicieron los griegos? Pues ni caso.

En fin, no dudo de que nuestro género es complejo, quizá fue práctico lo que hicieron los ingleses cuando lo eliminaron. ¡Los antiguos ingleses, cuando el rey Arturo, lo usaban todavía! Aun así, nos manejamos y nos entendemos, en la medida en que los hombres (o los humanos o los seres humanos o las personas o la gente o qué se yo) nos entendemos.

En fin, pido a las nuevas gramáticas que disculpen las bromas. Pero el asunto es serio. Es encomiable su intención. Pero en vez de proponer tanta «correcta» incorrección yo les sugeriría que estudiaran un poco de Lingüística: por ejemplo, la teoría del género. Y, entre tanto, que dejen vivir a la asendereada lengua española y nos dejen vivir a los demás. Que la vida, con género y sin género, está muy achuchada.

Para agosto puede pasar, pero aun ahora hay cosas más urgentes. Supongo que también en León, de donde vienen algunos de mis genes (pero de una época sin estos problemas). Sería mejor acabar, disculpen mi franqueza, con un tema tan tonto.

La Tercera - ABC

27-8-2004