domingo, 25 de mayo de 2008

EUSKERA




Don Francisco Rodríguez Adrados publicó en la Tercera de ABC del día 16 de Mayo de 2008, el artículo sobre el euskera que exponemos a continuación:

El euskera,

ahora toca

... Sr. Ibarreche, deje vivir a la gente. Y contra el euskera nada tenemos, al contrario. Déjelo para sus hablantes. Imponerlo forzadamente a los demás, ignorando los hechos, no es de recibo. Con esa política pierden todos. Dejen los mitos y la intolerancia. Y el Gobierno español debe cumplir su papel propio...

En esa especie de turno de acoso a la len­gua española, los políticos vascos aprie­tan ahora los tornillos del euskera (o vasco, palabra indoeuropea, «los de las altu­ras»). Parece que les toca. Legislación imposi­tiva, obligatoriedades en la enseñanza, confu­sión, presiones a los padres, propaganda. «Cuotas». Todo para expulsar al español de la enseñanza y de la administración, de todo.

Desgraciados sus hablantes, que allí lo son todos. Y es su lengua de cultura, la segun­da lengua internacional del mundo, la que permite entenderse entre sí a todos. Los go­biernos de España miran a otro lado. El artí­culo 3 de la Constitución (obligación de cono­cer el castellano y derecho a usarlo), queda puenteado.

El Sr. Ibarreche, que no ganó las eleccio­nes (nunca los nacionalistas las ganaron en ninguna parte) y es el héroe de una autodeter­minación ilegal, lanza leyes educativas que imponen, casi, la enseñanza en euskera. El que no la quiera, que se vaya a los «centros es­peciales» (casi dan ganas). Todos, a someter­se a imposiciones y cuotas. Y a sufrir un gran dolor de cabeza. Eso leo.

Nos gustaría saber cuál es la razón de esas i.\l imposiciones. ¿Motivos históricos? ¿Ne­cesidades sociales? ¿Utilidad para la comu­nicación? ¿Exigencia del pueblo? Yo diría que no.

Normalmente se echa mano de la historia: se trata de la lengua del pueblo vasco, símbolo de su soberanía, de poner fin a la supuesta opresión. Veamos.

El euskera nos es presentado con un halo de Antigüedad que, según algunos, llegaba a Adán y Eva, Hugo Schuhardt la rebajaba a los iberos. Pues tampoco, nadie lo cree ya. Pero es parte del mito de los independentistas des­de en torno al 1900.

Los lingüistas somos hoy más pragmáti­cos. Lean a Caro, a Michelena, a Tovar, a Vi­llar, a otros más, incluso yo he escrito sobre es­to. El euskera es, sí, una lengua no indoeuro­pea, pero no hay datos seguros de parentesco con otras lenguas ni de su exacta antigüedad.

Sin duda es una lengua de inmigrantes se-minómadas, semi-agricultores que vinieron del Este, de la llanura rusa o el Cáucaso o más allá en oleadas sucesivas desde en quinto mi­lenio a. C: como los indoeuropeos y los fi-nougrios (de donde el finés y el húngaro). To­dos, sus antepasados y los de nosotros los in­doeuropeos, más o menos iguales en cultura y antigüedad. Más tarde llegaron desde Asia pueblos-como los hunos, después los altaicos (de donde los búlgaros no indoeuropeos y el turco), luego los tártaros y otros.

Asia es una vasta matriz de pueblos, des­de ella fue poblada Europa en las fechas indi­cadas, de los anteriores europeos nada tenemos sino sus huesos. Nada de sus lenguas.

Los vascos son captables por nosotros, his­tóricamente, por fuentes griegas y romanas desde en torno al cambio deera (Estrabón, Pli-nio), en la región de Hispania que sabemos. Pero apenas existen topónimos euskéricos en esa zona, casi todos son indoeuropeos, celtas, ibéricos o latinos. Hay estudios recientes. A juzgar por topónimos y antropónimos anti­guos, los vascos llegaron primero a Aquita-nia, donde los celtas, hacia el 800 o el 500 a. C, los arrinconaron junto al mar. Sólo luego, co­mo tantos pueblos, bajaron hacia el Sur.

Seguramente hacia el siglo I antes de Cris­to llegaron a su ángulo de Hispania, algo se ex­pandieron luego en la Edad Media. Esto es lo que creen hoy los más de los lingüistas. Y los genetistas nos dicen que sus genes no difie­ren sustancialmente de los de sus vecinos.

Esto es lo que puede suponerse sobre los vas-J-Jcos en el S.O. de las Galias y su región de España: eran un pueblo y una lengua llega­dos del Este junto con tantos otros pueblos, ro­deados aquí por indoeuropeos varios, celtas y romanos. No mitifiquemos. El origen y la his­toria del euskera son, en Europa, paralelos a los de tantas lenguas, las indoeuropeas entre ellas. Lo más original es que sobrevivieron dentro de ese entorno. Trajano prefirió dejar­les tranquilos, estaban a trasmano, se fue a los dacios y los nabateos. Y ellos se defendie­ron de los godos.

Eso sí, absorbían palabras del celta, del la­tín (y el Cristianismo), luego del castellano. Para decir «paz», «chistu», «cerro», «pozó», «pecado», «seda», «cardar», «yunque», «cruz», «cuerpo», «tiempo», «cielo» tuvieron que acudir al latín; para «independencia», «aeropuerto», al castellano.

No es un desdoro. Era un pueblo iliterato en cuya lengua influían las lenguas de cultu­ra vecinas.

Del euskera sabemos palabras sueltas des­de el siglo X, algunas desde antes, en inscrip­ciones latinas tardías. Y nombres de lugar y de persona, rarísimos en Hispania. Textos es­critos no los hay hasta él siglo XVI y pocos: traducciones del latín, refranes, sentencias, literatura popular.

Era una suma de dialectos para uso inter­no, oral, campesino y marinero. Todos o casi todos, a partir de un momento, hablaban (y es­cribían) en español y francés, lenguas cultas y escritas desde la Edad Media, el siglo XI, al menos.

Y nunca fueron los vascos una nación en sentido político: eran tribus que nunca llega­ron a constituir un reino, se integraron en el de Castilla. Al lado de los castellanos luchó en las Navas de Tolosa, en 1212, el señor de Viz­caya, López de Haro. Como subditos de Carlos Y de Felipe II y los demás, fueron los vascos a América. Hicieron grandes hazañas como navegantes y conquistadores. ¿Quién no ha oído de Elcano, de Legazpi, de Urdaneta, de los de­más? Eran admirables. Igual el Obispo Zumá-rraga de México y los que dejaron espléndida descendencia en toda América.

¿Y la lengua? El castellano era la de todos. El vasco (o euskera o euscaldún o vizcaíno...), dividido en dialectos, era algo local y fami­liar. Zumárraga añadía a sus cartas latinas unas frases en vasco. Era y ha seguido siendo una lengua, oral sobre todo, campesina y ma­rinera. Nadie se oponía a que la hablaran los que la habían mamado y los que quisieran, pe­ro la lengua de cultura y relación amplia era el castellano.

Esto ha sido el vasco, hasta ayer, como quien dice. Y una nación vasca en sentido polí­tico con una lengua culta, escrita, lengua de todos, nunca ha existido. Trabajosamente ahora han hecho una lengua unificada y tra­tan de convertirla en lengua general de comu­nicación y de imponerla como sea. Que no pre­senten esa política como la reconstrucción de un pasado.

No están recreando nada. Están, miméticamente, inventando, imponiendo algo. Y aque­lla lengua a la que quieren arrinconar es su lengua de comunicación y de cultura, la de su historia y sociedad. Aislan al País Vasco, lo dejan, si es que pueden, prácticamente, en un vacío. Imponen lo minoritario, arrinconan lo verdaderamente vivo.

Pequeñas minorías politizadas, incultas, interesadas, se han apoderado del campo y a una lengua entrañable, que los políticos apenas conocían, la convierten en un arma. Y el caso es que no vale ni como lengua gene­ral ni para comunicarse con el mundo. Por muchos tesoros científicos que guarde para los lingüistas.

Tratan de expulsar al español, una lengua útil para todos. De convertir una región prós­pera en un aislado fondo de saco. De hacer difí­cil la cultura y la vida. Atormentan al niño con una lengua que difícilmente aprenderá, ni le interesa las más veces, y que le ocupa el espacio mental que necesita para otras cosas.

En fin, un mito impuesto trae una inquisi­ción: los grandes vascos de otro tiempo no son ya ni mencionados. Ni los grandes vas­cos modernos que escribían, ¡cómo no!, en es­pañol. Unamuno, Baroja, Julio Caro, un lar­guísimo etc.,

Sr. Ibarreche, deje vivir a la gente. Y contra el euskera nada tenemos, al contrario. Déjelo para sus hablantes. Imponerlo forzadamente a los demás, ignorando los hechos, no es de re­cibo. Con esa política pierden todos. Dejen los mitos y la intolerancia. Y el Gobierno español debe cumplir su papel propio.



Francisco Rodríguez Adrados

de las Reales Academias Española y de la Historia