Publica recientemente el ABC un artículo de Antonio Astorga en el que glosa la concesión del premio González-Ruano al columnista del ABC Ignacio Camacho.
ANTONIO STORGA
MADRID. Decía Francisco Umbral que a la muerte nunca se le vence porque «está en uno mismo». El día que la parca le llamó a su seno, en el último ferragosto, Ignacio Camacho trazó una raya en el agua como Quevedo tres siglos antes, rasgando el papel en el sotabanco de los cafés para llenar su siglo de obras jocosas y escritos satíricos, críticos, costumbristas, muy plásticos de escritura, y vivos de traza. El hijo periodístico honraba con «Umbrales» al «dios padre» esculpiendo un maravilloso soneto en su columna de ABC, que ayer fue reconocida con el premio González-Ruano de Periodismo, de la Fundación Mapfre. El jurado, que presidía Juan F. Layos, lo componían proceres del arte jónico y dórico, escrito y dibujado: Manuel Alcántara, Antonio Gala, Marcial Loncán, Antonio Mingóte, Rafael de Penagos, Raúl del Pozo, Francisco Rodríguez Adrados, Vicente Verdú y Alfonso Ussía.
Ignacio Camacho trazó una raya, cuya onda pervivirá mortal y rosa: «Un premio que lleve el nombre de González-Ruano uno lo tiene que recibir como una condecoración, aunque no la merezca —sostiene el colum-nista y ex director de ABC—. El gran Alfredo Di Stéfano ya lo advirtió: "No la merezco, pero la trinco", cuando le dieron la medalla del Real Madrid. Por los premiados, por su historial, por el Jurado me llena de orgullo el premio González-Ruano. Y por la advocación bajo la que está». El columnismo es, para Ignacio Camacho, no descansar; un sitio y una frecuencia. Defiende el artículo los 365 días del año por su profundo respeto al lector que paga religiosamente un euro por su periódico, ora en invierno y verano, ora truene o llueva: «Umbral definía la columna como el soneto del periódico. Yo creo que toda la generación de cincuenta años para abajo somos hijos de Umbral», señala-Camacho. ¿La mejor literatura se sigue haciendo en los periódicos? «Se escribe buena literatura en la literatura —Muñoz "Molina, Mendoza, Marías, Prada... son excelentes escritores—, y se escribe también muy buena en los periódicos —repara a la perfección Ignacio Camacho—. Pero la materia prima de la realidad está superando a la materia de la ficción. Lo que hoy contamos en los periódicos es un material que difícilmente se podría elaborar únicamente de ficción». No sabía Ignacio Camacho de la inmediatez del estado de salud de Umbral. La noticia de su muerte le golpeó personalmente porque hacia Umbral Camacho profesa una admiración muy especial: «Paco es para mí un hombre muy vinculado a mi vocación periodística —confiesa el columnista de ABC—. Obligatoriamente tenía que escribir ese artículo el mismo día de su muerte, e inmediatemente traté de rendirle un mínimo homenaje. El mejor premio sería poder seguir leyendo a Umbral, y aprendiendo de su magia y fulgor».
Personaje fértil y decisivo
Una de las cosas que a Ignacio Camacho se le han quedado pendientes en este oficio ha sido trabajar «más al lado» de Umbral. Ya coincidió con él una temporada breve en «El mundo», donde compartía una especie de consejo editorial cultural, y esa experiencia le supo muy a Paco, pero «muy a poco: en esos años Paco salía bastante, y era maravilloso y muy fértil escucharle. En mi vocación y formación profesional Umbral es personaje decisivo».
Como Larra, y Cavia, Camba, Pemán, Ruano... sublimes meandros del columnismo que ilustran grandes premios periodísticos: «Hay una generación que no es todavía perdida, pero está a punto de perderse casi por completo, en la que estaban Campmany, Umbral, Ha-ro.. que se han ido, pero nos queda afortunadamente Manuel Alcántara, Antonio Burgos, Raúl del Pozo, Ussía, Martín Fe-rrand, Antonio Gala, etc., y los jóvenes que vienen: Prada, Gistau... La renovación está ga- rantizada», concluye un columnista que pidió, y le fue concedido, amparo a otro «dios padre»; —Campmany— cuando tras su primera raya en el agua desde el principio del verbo. O sea.
Reproducimos a continuación el artículo distinguido con el premio González Ruano de periodismo,
publicado en ABC el 29 de agosto de 2007:
Por las torrenteras del idioma se despeñaba cada mañana el verbo caudaloso, la prosa exuberante y desbordada, la escritura restallante, tempestuosa, innovadora de Paco Umbral mientras el personaje que de sí mismo había construido se asomaba al espejo de un vértigo histórico que le devolvía la imagen áspera, snob y polémica dé una impostura de malditismo. Amargo como Capote, ingenioso como Ruano, dandy como Tom Wolfe, volcánico y solitario como Baudelaire, pertinaz como Cela, atraía sobre su cabeza de león miope los relámpagos del lenguaje y los fundía en el crisol de un estilo tan imitado como ya irrepetible.
Hay un río de literatura y de ideas que atraviesa la cordillera del periodismo español desde la fuente primigenia de Larra, surca dos siglos entre los meandros de Clarín, Cavia, Camba, Pemán o Ruano y desemboca en la generación casi perdida de Campmany y Umbral, de la que ya sólo Alcántara sobrevive de pie sobre sus propias huellas como testigo de un magisterio inalcanzable. Ese río de excelencia se abre como un delta en una prensa contemporánea repleta de columnas cuyos débiles fustes empezamos a quedar huérfanos cuando se fue Jaime en otra madrugada acuchillada por un desamparo de soledades que ahora nos clava de nuevo el puñal traicionero del vacío y nos deja la oquedad insondable de las palabras heridas por la mortal y rosa caricia de la ausencia.
Escribía Umbral a puñetazos, como si quisiera arrancarles a las teclas de su vieja Olivetti los secretos del lenguaje, cuyas barreras expresivas derribaba inventando neologismos felices o acuñando términos de una modernidad reluciente y atrevida, hallazgos verbales que brincaban en sus páginas como muchachas rebeldes en una playa. Su compromiso literario era tan visceral que lo convirtió en un robinsón misántropo, capaz de ametrallar con crueles frases biseladas de acero cualquier sentimiento que amenazase con anclarle en otro territorio que no fuese el del abismo de la literatura. A menudo era hosco, provocador, soberbio, intratable y ególatra, pero enredado en la pasión de escribir se volvía un huracán avasallador y torrencial, imparable y rabioso como un genio iluminado de furia. Disfrazado de sí mismo, creó un personaje y lo adornó, como a la estatua de Valle, con la bufanda blanca de un dandismo en el que sublimaba cualquier ideología. Era un rojo remansado que atravesaba las trincheras entre fogonazos de prosa, inclasificable con las etiquetas convencionales del sectarismo banderizo; un iconoclasta montaraz, bronco, divertido, refractario, poliédrico. Le gustaba definirse como un niño de derechas, un joven fascista, un socialista sentimental y un quinqui vestido por Pierre Cardin, y probablemente fue todas esas cosas y muchas más, inaprensible salvo en la condición de escritor total, vertiginoso y arrebatado. Las mujeres le llamaban Umbrales y tenía el honor, como Max Estrella, de no ser académico.