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Carta a Javier Fesser
No conozco a Alexia, ni a su familia, ni al Opus. Y puedo decir que tampoco conozco mucho a Dios. Soy madre de una niña de siete años muy malita de cáncer. Ni un solo día le he oído una queja, ni ha preguntado un porqué a su enfermedad. Cuando no aguanta más el dolor, sus mejillas se llenan de lágrimas. Y nosotros nos desconsolamos. Sin duda ella es más valiente que nosotros. Todas las mañanas me acerco a su cama y doy gracias por el tesoro de hija que hemos recibido. A su lado hemos comprendido cómo se puede ser feliz y sufrir a la vez. Somos felices porque su presencia entre nosotros llena nuestros días. Y a la vez sufrimos porque no podemos hacer nada para retenerla con nosotros y nos cuesta ver cómo se va apagando lentamente. El día que se vaya de nuestros brazos se nos romperá el corazón y sin embargo a veces quisiera que fuera ya para dejar de verla sufrir. ¿Quién puede resistir ver cómo se nos escapa sin poder hacer nada?
Javier, no sé si puedes comprender lo que te digo, o lo que sentirían los padres de Alexia. No se parece a tu película, ¿verdad? Quién sabe si algún día Dios ponga un hijo moribundo entre tus brazos... ¿serás capaz de repetirle lo que dices en tus entrevistas? Quizás el mundo te cambiaría de color... Quizás es cuestión de ponerse en el lugar del otro. Creo que tu película no sólo nos ha herido a nosotros, sino a todos los españoles, porque es un ataque frontal contra la democracia, que sólo se puede construir sobre la tolerancia y respeto a las creencias de los demás. Podemos no estar de acuerdo, y podemos dialogar por ello, pero es una tiranía levantar la bandera de la libertad para violar los derechos de los demás. Y burlarse de su profundo sufrimiento gratuitamente.
No dudo que seas un hombre con talento, pero me entristece ver que sea utilizado para hacer daño en lugar de para construir esperanza. Te hubiera costado lo mismo y todos te hubiéramos aplaudido. Tampoco entiendo por qué el Gobierno dedica dinero público a financiar películas que hieren la sensibilidad de muchas personas en lugar de dedicarlo a la lucha contra el cáncer, o contra el Alzheimer.
Mi marido y yo hemos dudado mucho si escribirte esta carta, porque hay mucho que construir en esta sociedad como para perder el tiempo en estas cosas. Pero al final lo hemos hecho por si estas palabras pueden ayudar a otros padres, o a otras personas. Nosotros hemos decidido que queremos buscar la verdad sobre ese Dios que sobrevive a la muerte, y que no permite que nuestra vida acabe en el vacío. Queremos dirigirnos a alguien del Opus Dei que pueda explicarnos tantos porqués que no entendemos. Quizás allí encontremos la respuesta que tú no has sabido darnos. Aunque para el mundo de hoy parezca imposible, creemos que quizá Dios sí pueda confortarnos.
Teresa y Pablo, padres de María Fernández