viernes, 11 de julio de 2008

GRAMÁTICA








Don Francisco Rodríguez Adrados nos recomienda el estudio de la Gramática:

Estudien gramática,

señoras y señores

... «Los miembros» de un partido o grupo son hombres y mujeres, forman simplemente un conjunto, ese masculino no es machista. No sean tan susceptibles por un malentendido, señoras. No se puede improvisar sin base social y sin conocimiento.

LA ministra Aído se ha ido un poco de la len­gua con ese invento de «las miembras». Es parte del invento feminista, que hasta apo­yan algunos hombres: intentan, y a veces Ib con­siguen, suplantar al verdadero creador y mante­nedor de la lengua, el pueblo español.

El invento es más o menos esto: todo nombre substantivo tiene o debe tener, creen las promoto­ras del invento, una variante masculina en —o y una femenina en —a; y esas marcas de género son interpretadas como marcas de sexo. De ma­cho y hembra, hablemos claro.

Esta es la teoría, bien diferente, muchas ve­ces, de la lengua común, la que hablamos. En es­ta, a veces ello es así, el lobo y la loba marcan gé­nero y sexo. Pero a veces no, la zorra y el murciéla­go indican indiferentemente el macho y la hem­bra, igual el zorro, la rata, el ratón. Son los nom­bres epicenos. Ni —o es exclusivamente masculi­no, ni —a es exclusivamente femenina. Y mil pa­labras en —n, —r, —s, por ejemplo, pueden ser o masculinas o femeninas y marcar sexo o no. Ex­clusivamente femenino, indicando al tiempo sexo, es el sufijo —esa (duquesa, princesa), un sufi­jo griego, ya ven.

En fin, dentro de lo humano, el crear una va­riante de hombre y otra de mujer, es mil veces in­necesario, puro engorro.

En español, como en casi todas las lenguas in-doeuropeas-de Europa y Asia que conservan los géneros masculino y femenino (los han perdido, entre otras, el inglés), esos dos géneros poco tie­nen que ver con el sexo: la —o y la —a pueden ser no sexuales (el banco y la banca, el barco y la bar­ca). Y las cejas, los labios, las espaldas, los miem­bros (¡!), y sus singulares, son de hombres y muje­res, también, a veces, de animales de cualquier sexo.

Al revés: algún órgano propio del sexo femeni­no termina en —o, es bien notorio, y hay órga­nos masculinos en —a (no vamos a decir el pollo aunque el inglés diga the cock).

Ignacio Bosque me decía que en la Sintaxis que prepara la Academia cientos de páginas in­sisten en que sexo y género son cosas diferentes. la marca del sexo en nuestra lengua, a través de los géneros, es irregular y deficiente. El mas­culino puede llevar —o o—a y marcar o no mar­car el sexo, uno u otro sexo. Hay el niño y la niña, sí, y aquí la concordancia (el artículo y el adjeti­vo) subrayan el género, que indica sexo en este ca
so, en otros no. Pero los niños implica los dos sexos, suma de niños y niñas. En el artista y la ar­tista, el poeta y la poeta, solo la concordancia defi­ne género y sexo. hay las mil palabras que vienen de la tercera declinación latina y no tienen género sino con
ayuda de la concordancia (el/la estudiante, pero los estudiantes). A veces se ha introducido, secun­dariamente, un femenino con —a (lajueza, pero la gente en general prefiere la juez). Ven el com­plejo panorama.

Complejo panorama que viene de una comple-

ja historia, imposible explicarla aquí: hay que aceptar sin más lo que nos ha traído, solo míni­mos retoques pueden introducirse, véase luego. No este. Miembro viene del latín membrum, del gé­nero neutro, el que no marca «ni lo uno ni lo otro». Resto, los neutros, de una época arcaica en que la lengua tenía un género animado y uno in­animado. Este último se conservó a veces cuan­do, en fecha posterior, el animado se escindió en masculino y femenino: a veces sexuales, a veces no, no es fácil averiguar por qué. Pero con toda clase de irregularidades en lo formal y lo semán­tico.

Una parte de estos nombres que llamamos masculinos no eran ni sexuales ni genéricos. Tie­nen dos sentidos. Uno general, heredado, así el ni­ño en sentido general: la vecina ha tenido un niño, no indicamos el sexo, los niños (= niños + niñas) en plural. Otro sexual, el niño por oposición a la niña. Son dos usos que hacen mal los gramáticos llamando a ambos «masculino». O sea, no es-que el masculino «invada» al femenino, es que hay un masculino general, indiferente al sexo, y un mas­culino sexuado, que históricamente procede de una polarización frente al sexo femenino.

Este es el nuevo género-sexo que se creó: el feme­nino fue el verdadero invento, el punto de par­tida para oponerle un masculino. En el tercer mi­lenio antes de Cristo. Perdura en español y en mu­chas lenguas.

Pero fue una sexualización solo parcial. Si aho­ra alguien cree que todo masculino es macho y que a cada uno hay que oponer, inventándolo si es preciso, un femenino-hembra, está sexualizando la lengua, llevando el sexo a todas partes: a donde la lengua, muchas veces, no lo lleva. Crea Des­igualdad (todo es macho o es hembra), la lengua a veces mantiene la Igualdad, ignorando el sexo.

El español y otras lenguas han heredado un es­tado antiguo, en el que masculino y femenino a veces nada tienen que ver con el sexo. Y en el que no existe regularidad formal para expresar el masculino o femenino ni, menos, el macho y la hembra.

Esto ocurre en español y en casi todas las len­guas indoeuropeas de Europa. Salvo en las que, co­mo el inglés, eliminaron en un momento dado su masculino y femenino medievales (el sexo lo mar­ca ahora raramente mediante recursos nuevos). Ycomo el inglés no tiene género gramatical, la pa-labragender no indica nada gramatical y queda li­bre para especulaciones sexuales. Aquí en Espa­ña llaman género, incorrectamente, al sexo, mal-traduciendo gender. Ya sé que el género es difícil: el que quiera entenderlo, que estudie gramática, el que no, que hable simplemente nuestra lengua. Esta conserva cosas surgidas en otras edades y que hemos de aceptar como hechos crudos. La creación de esa oposición masculino/femenino, muy compleja, en el tercer milenio antes de Cris­to, dejó vivas formas que no entran en la oposi­ción de género ni menos en la de sexo.

No hagamos una nueva regulación pansexua-lista, con el macho y la hembra reflejándose siem­pre en la lengua con formas regulares. ¡Qué obse­sión! Esto no es así. Y lejos de llevar a la igualdad, lleva a una visión de la lengua y el mundo escindi­da siempre en dos sexos. Sin embargo, a veces el macho y la hembra son simplemente humanos.

No cometamos este error, no inventemos un nuevo esperanto.

Pero la lengua no es inmutable, digámoslo por si es un consuelo.

Cuando la evolución social ha hecho crecer el papel de las mujeres en ciertos sectores, junto al uso genérico no sexual tiende a crearse uno sexual: la ministra, la secretaria.

No sin problemas: muchas mujeres prefieren ser lla­madas médico y no médica, poeta y no poetisa. Y no se pueden crear a tontas y a locas femeninos que la sociedad no reclama.

Ni negar el uso no sexual, común, y sustituir los funcionarios por los funcionarios y las funcio­narías, esto es tonto e inútil, destroza la econo­mía de la lengua. Es grotesco.

Más podría añadir. En todo caso, miembro no cabe en el esquema del cambio, no hay base so­cial alguna. Los miembros de un partido o grupo son hombres y mujeres, forman simplemente un conjunto, ese masculino no es machista. No sean tan susceptibles por un malentendido, señoras. No se puede improvisar sin base social y sin cono­cimientos.

Lean gramática antes de hacer prédicas, Sras. y Sres. No juzguen ni decidan tan deprisa, no va a seguirles nadie. En la jungla del género y en la del sexo, solo en parte la misma, no introduzcan especies raras, plantas artificiales e innecesa­rias. Un estorbo más bien. Puro sexismo.

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS

de las Reales Academias Española y de la Historia