El día 17 del corriente mes de Enero Antonio Mingote ha cumplido 90 años.
Con este motivo el Académico Gregorio Salvador ha publicado dicho día,
en la Tercera de ABC el siguiente artículo:
Hoy cumple noventa años Antonio Mingote. Ahí lo tienen ustedes, como todos los días, al volver esta hoja. No sé, cuando esto escribo, cuál será su dibujo, en qué dirección apuntará su ingenio, en qué palabras condensará hoy su gota cotidiana de humor y sabiduría. Solo sé que nunca defrauda.
Desde el 19 de junio de 1953, ininterrumpidamente, ha publicado su viñeta en este periódico. Más de cincuenta y cinco años, más de veinte mil dibujos, la mayor parte con su pie. Pongamos, de promedio, de dos a tres líneas por pie y calculemos en extensión de libro lo que eso representa: el escritor Antonio Mingote, el sabio Mingote. Se ha dicho que su colaboración cotidiana es, en síntesis, un editorial. La historia de ese colmado medio siglo, la verdadera historia política y social podría hacerse desde el lápiz y la pluma de Mingote.
Cumplir noventa años y cumplirlos con la agilidad mental y física con que él los cumple, con su temple moral, ya es una felicidad en sí misma que puede disfrutar en plenitud. Y con él, todos los que lo queremos y lo admiramos, que somos muchedumbre. Y desde luego ABC, su morada, del que ha sido estandarte y blasón o, como suele decirse ahora con lenguaje censual, seña de identidad.
Somos, pues, muchos y variados, a celebrar este cumpleaños feliz y a emplazar a Antonio Mingote para su centenario. Yo, que tengo ocho años y medio menos que él, seguramente no lo veré, pero ya le tengo dicho que deseo morirme antes para que me dedique una viñeta elegíaca, ese género que ha inventado y del que es maestro insuperable.
Yo lo admiraba desde mis años de estudiante, por los cuarenta, cuando colaboraba en «La Codorniz». Ni imaginar que nuestras vidas iban a confluir en su último tramo. A él lo eligieron académico cuando yo ya había sido elegido y él fue el siguiente. Leyó mi discurso de ingreso, Sobre la letra q, para orientarse y me dijo lo más hermoso y halagador para mí viniendo de quien venía: que era un discurso que se podía dibujar y que había estado imaginándole ilustraciones mientras lo leía. Yo fui uno de los dos académicos que lo condujeron al estrado el día de su ingreso y, desde entonces, fue creciendo y afianzándose nuestra amistad. Congeniamos desde el principio. Somos asiduos ambos: faltamos muy pocos jueves y, cuando falta, se echa de menos, porque su presencia infunde serenidad.
De Antonio Mingote se han dicho tantas cosas, y todas buenas, que todo lo que yo pueda decir y quisiera decir parecerá plagio; pero hay algo que quiero destacar: es una de esas personas entrañables que poseen en altísimo grado el don de la amistad, que sin esfuerzo aparente
saben ganarse el aprecio y la confianza, el reconocimiento y la voluntad de quien a ellas se aproxima, de quien está en su cercanía.
Llevamos más de veinte años conviviendo en la Academia, viéndonos, cuando menos, todos los jueves y pasando casi dos horas, esa tarde, en asientos contiguos, en una comisión de las que proceden a la revisión del diccionario, una reunión laboriosa de ocho o diez personas, espontánea, amistosa, finamente crítica, en la que se analizan las propuestas de los lexicógrafos que trabajan para la casa y su aporte documental. Alguna vez él ha olvidado el audífono en casa y me toca a mí informarlo de lo que están diciendo los demás, pero no pierde ni el sosiego ni el estilo. Sus intervenciones, amén de irónicas, suelen ser clarificadoras y decisorías. Su juicio mesurado y su precisión idiomática resultan, habitualmente, incontrovertibles. El último jueves lo felicitamos todos, anticipadamente, por esta llegada triunfal a los noventa y, en el curso de la sesión, analizamos y discutimos la palabra acercanza, que aparece en el DRAE como voz antigua con el significado de «proximidad, relación» y, efectivamente, desapareció a finales del siglo quince, su última aparición escrita es de 1494. Toda voz que no haya llegado al siglo dieciséis, que no esté documentada en los clásicos, debe ser tratada por el diccionario histórico, claro esta, pero desaparecer del actual para aligerarlo, para hacer sitio a la riada de neologismos que van llegando y se van haciendo usuales en el intercambio cotidiano. Lo recuerdo y propongo su eliminación, pero los escritores presentes (Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías, Francisco Brines, Emilio Lledó) se han enamorado de ella, les parece sugestiva y susceptible de ser usada, de entrar en competencia con cercanía o proximidad e introducir algún matiz diferenciados que ahonde en el significado y piden su indulto. Si ellos son capaces de revitalizarla, de reintroducirla en la lengua en las próximas semanas, sus textos la justificarán y, por supuesto, la salvarían. Se aplaza, pues, la ejecución de la sentencia. Antonio, que también está con ellos y dispuesto a cooperar en la conservación, me dice: «¿Cómo estamos tú y yo? En acercanza. ¿En qué se ha apoyado nuestra amistad de años? En la acercanza académica». Me convence.
Suele convencer. En este ambiente de trabajo y entendimiento donde se afinan las definiciones con la colaboración de todos, ahí es decisivo con frecuencia el magisterio de Mingote, su conocimiento de las cosas, su memoria de lo que fue y su exactitud conceptual. Sentado a mi izquierda, me apunta soluciones mientras se discute algún problema, remiso siempre a alzar su propia voz. Tengo yo que levantar la mía
y comunicar «Antonio dice que...», y lo qu ce Antonio va a misa.
A veces se le reclama su opinión de exp en algún campo donde sabemos que lo es. S y niega ser experto en nada. Pero lo es de dad en muchas cosas, por ejemplo en músi en instrumentos musicales. Hasta he llel yo a saber algo de eso, después de sus exp ciones, siempre atinadas y aclaradoras, que conoce muy bien la lengua que habla observaciones sobre ella tienen, por lo me la misma fiabilidad que cada uno de los ra de su lápiz o de su pluma cuando traza sus d jos. No me canso nunca de insistir en que e escritor de cuerpo entero. Aunque su geni dibujante deslumbre de tal modo que iin advertir el brillo y la exacta concisión de bocadillos y desvíe la atención de la pros sus libros, donde «Hombre solo», ponga por caso, permite soslayar a «Historia t gente». Y ya con repasar sus títulos se da cuenta de la condensación de su estilo: rece mos, por ejemplo, «Los inevitables político
Convivir con él es un lujo. Cuenta las ané tas con la misma sencillez y profundidad muestran sus viñetas. Hablábamos el juevi todo esto, de sus cincuenta y cinco año ABC, de las nuevas generaciones, y contó había llamado al periódico para hablar en guíen de las alturas, de la plana mayor, y 1 saron la llamada al despacho correspondii «¿Quién lo llama, porfavor?», oyó una voz fl nina, desconocida, la secretaria al pan «Antonio Mingote». «¿De qué empresa?».
Nos contaba hace algún tiempo, a propoi de una discusión de la serie, más o in sinonímica, constituida por alias, apodo, te, seudónimo y otros, que en Daroca toda familias del pueblo tenían su apodo, merm suya, curiosamente. «Con este apellido y era necesario».
Siempre sosegado pero no impasible. b le puede dar gato por liebre y la estupidez biental es un calvario para él. La va seña• y algo logra, la pone de relieve con sus moi tes y sus comentarios y nos hace sonreír no es poco regalo. En ocasiones, su dibujo e rial es de tal calado que merece los honora la portada, como ese de hace unos días en alguien muestra el zapato en el que los R Magos no habían dejado nada pero le ha echado unas medias suelas.
Felicidades, Antonio. Sopla ya las nov velas de la tarta y disfrutemos todos cont4 esta fecha, única en la vida y no en todas la das, a la que tú has llegado en paz y gracia gloria y en verdad.