sábado, 31 de mayo de 2008

LOS PERROS DE LA BRIGADA LIGERA























Arturo Pérez-Reverte inmortaliza en este artículo a dos perros que participaron en el combate del 25 de Octubre de 1854 con la Brigada Ligera en la guerra de Crimea

Insistir, a estas alturas, en que apre­cio en general más a los perros que a los hombres es una obviedad que no remacharé demasiado. He dicho alguna vez que si la raza humana desapareciera de la faz de la tierra, ésta ganaría mucho en el cambio; mientras que sin perros sería un lugar más oscu­ro e insoportable. Cuestión de lealtad, supongo. Hay quien valora unas cosas y quien valora otras. Por mi parte, creo que la lealtad incondicional, a prueba de todo, es una de las pocas cosas que no pueden comprarse con retórica ni dinero. Tal vez por eso, la lealtad, en hombres o en ani­males, siempre me humedece un poquito las gafas de sol.
Todo esto viene a cuento porque acabo de darle un repaso a El Valle de la Muer­te, un ensayo de Terry Brighton sobre la carga de la Brigada Ligera durante la guerra de Crimea. Aquello, más conocido por la carga entre los que están en el ajo, es asunto que algunos frikis de la materia -los periodistas Jacinto Antón y Wüly Altares, mi compadre Javier Marías, yo mismo y algún otro— cultivamos, desde hace muchísimos años, como materia de reflexión y tertulia, sobre todo a la hora de comparar la leal actuación de los lan­ceros, dragones y húsares ingleses aquel 25 de octubre de 1854, dejándose el pelle­jo bajo la artillería rusa, con la criminal incompetencia de los mandos británicos que ordenaron el ataque, notorio entre las grandes imbecilidades militares de la Historia.

La historia es conocida: cinco regimien­tos de caballería británicos cargaron de frente contra una batería rusa, a través de un valle de kilómetro y medio de largo, batido a la ida y a la vuelta por fusileros y artillería. De seiscientos sesenta y seis hombres volvieron a sus líneas heridos o ilesos, muchos a pie y todos bajo fuego enemigo, trescientos noventa y cinco. Hasta la suerte de sus caballos se conoce: de los pobres animales que montaron los ingleses, galopando entre el estallido de las granadas o sueltos luego por el valle enloquecidos y sin jinete, murieron tres­cientos setenta y cinco. Ni siquiera los famosos versos de Tennyson, que varias generaciones de escolares aprendieron de memoria -«Media legua, media legua / media legua más allá...»—, pueden embellecer el asunto. Fue una carnicería en el más exacto sentido de la palabra.

Pero de lo que quiero hablar hoy es de perros. Porque lo que pocos saben es que, ese día, dos perros cargaron también contra los cañones rusos. Se llamaban Jemmy y Boxer, y eran, respectivamente, las mascotas del 110 y del 80 regimientos de húsares. Los dos canes habían acom­pañado a sus amos desde sus cuarteles de Inglaterra, y estaban en el campamento británico cuando se ordenó a la Brigada Ligera formar para la carga. Así que, como tantas otras veces en desfiles y manio­bras, los dos fieles animales acudieron a colocarse junto a las patas de los caballos de los oficiales, dispuestos a marchar al mismo paso, sin obedecer las voces de los soldados que les ordenaban apartarse de allí. Después sonó la corneta, empezó la marcha al paso, luego al trote, y cuan­do, bajo intenso fuego de artillería, se pasó al galope y sonó el toque de carga, con las granadas reventando, hombres cayendo por todas partes, estruendo de bombazos y caballos destripados o sin jinete, Jemmy y Boxer siguieron corrien­do imperturbables, junto a sus amos, en línea recta hacia los cañones rusos.

Parecerá increíble para quien no conoz­ca a los perros. Esos chuchos cruzaron todo el valle de Balaclava entre un diluvio de fuego -«Hasta las fauces negras de la Muerte, / hasta la boca misma del Infier­no»— y permanecieron junto a los húsa­res, o lo que quedaba de ellos, mientras éstos acuchillaban a los artilleros enemi­gos y morían entre los cañones. Después regresaron despacio, al paso de los caba­llos maltrechos que traían a los supervi­vientes, junto a hombres desmontados o heridos que caminaban y caían exhaustos, entre el tiroteo ruso y los disparos de quienes remataban a sus caballos mori­bundos ante de seguir a pie. Tres largos kilómetros de ida y vuelta. Jemmy y Boxer hicieron la carga junto a los primeros caballos de la brigada y regresaron a las líneas inglesas con el primer hombre montado de sus respectivos regimientos que volvió a éstas: Ileso Boxer, sin un ras­guño; herido Jemmy por una esquirla de metralla en el cuello. Y ambos, acabada la campaña, regresaron a Inglaterra y murie­ron viejos, honrados y veteranos, en su cuartel.

Ni Tennyson ni poeta alguno hablaron nunca de ellos, ni en el poema famoso ni en ningún otro maldito verso. Por eso he contado hoy su historia. Para decirles que por el Valle de la Muerte, cargando contra los cañones con la Brigada Ligera, también corrieron dos buenos perros valientes.


XLSEMANAL 1 DE JUNIO PE 2008




ELSEMANAL 1 DE JUNIO PE 2008