martes, 3 de junio de 2008

YO VIVI EN UN HAREN





"Yo viví en un harén" se titula un libro que acaba de presentar Cristina Schlichting. Sobre la personalidad de esta escritora ha publicado un delicioso artículo Juan Manuel de Prada en su columna El Angulo Oscuro del ABC de ayer, 2 de junio de 2008, que les ofrecemos a continuación:

La reportera Schlichting

A Cristina López Schlichting la conocí en el ABC que dirigía Luis María Anson, allá a mediados de los noventa, cuando el mundo todavía era joven y nosotros también.

La Schlichting era como aquellas se­rranas del Marqués de Santillana, garridas mozas que asaltaban al viajero en mitad del monte y se ofrecían a lle­varlo en hombros por riscos y quebradas; ofrecimiento que el viajero no se atrevía a declinar, no fuera que la se­rrana le largase un sopapo, despechada, y le aflo­jase las muelas. La Schlichting era impetuosa y jo­cunda, aguerrida y abnegada, con algo de valquiria evadida de alguna mitología germánica y algo de madraza de tres hijos que se pone el mundo por montera, una tía con toda la barba a quien Anson mandaba a los parajes más abstrusos del planeta, para que escribiera unos reportajes tumultuosos de vida que se derrama por la costura de cada fra­se, burbujeantes de humanidad doliente y huma­nidad redimida por el aliento de la gracia.

La Schlichting era una temeraria capaz de disfrazarse de monja para burlar la vigilancia del ejército albanés y pe­netrar en la ciudad de Valona, capaz de osadías que sólo se les ocurren a los locos y a los santos. A la Schlichting la bendecía la divina locura de los santos; y también la elo­cuencia y la intemperancia y el orgullo y la sagrada ira y el espíritu coñón que bendicen a los santos. Era la tía más lanzada y el alma más sensible que uno haya conocido ja­más; e, inevitablemente, uno acabó subyugado por su per­sonalidad libérrima, subyugación que acaso participase del miedo, porque ante una tía como la Schlichting sólo se puede caer rendido o salir pitando.

Y la Schlichting era, desde luego, la periodista más ca­bal que he conocido nunca. Tenía el brío de los infatiga­bles buscadores de verdad; tenía agallas suficientes para encampanarse con cualquiera que osara cruzarse en su camino (así fuera un soldado serbio o el mismísimo An­son, a quien le pegó más de un grito); tenía un corazón hi­pertrofiado que no le cabía en el pecho; tenía una inteli­gencia silvana, intrépida, felina; tenía una mala leche en­treverada de ingenuidad que era una de las aleaciones más rabiosamente humanas que me haya sido dado conocer; y tenía, joder sí tenía, una pluma vibrante, pletórica de sangre y de nervio, aireada siempre por la brisa de una metáfora que se quedaba a vivir en su prosa, como un ani­mal doméstico.

Cuando coincidíamos en la redacción del periódico —ella recién aterrizada de alguna de aquellas misiones reporteriles que le asignaba Anson, yo pedigüeñeando una colaboración más asidua—, nos juntábamos con Nuria Azancot, contrapunto de ecuanimidad y míni­ma cordura que requería el trío, y nos íbamos des­pués del cierre a quemar los garitos de Madrid. En estas correrías nocturnas, la Schlichting era siempre la que más aguante demostraba y más vo­cación para la juerga, no importaba que todavía cargase sobre las espaldas con el jet-lag de un via­je a las antípodas, o que se hubiese dejado jirones de piel cruzando la alambrada de espinosde Ceu­ta. Menudo terremoto, la Schlichting.

Hablábamos mucho de literatura en aquellas correrías nocturnas; y yo siempre le decía a la Schlichting, mientras abrevábamos whisky, que sus re­portajes tenían un ramalazo de poesía que merecía un rescate en libro. Tantos años después, la Schlichting ha juntado algunos de aquellos reportajes publicados en ABC, junto a otros que aparecieron más tarde en «El Mun­do», en Yo viví en un harén, que La Esfera de los Libros aca­ba de dar a la prensa. Aquí vemos a la aguerrida Schli­chting, en efecto, infiltrada en un harén, pero también la vemos sorteando minas, escudriñando fosas comunes, entrometiéndose en herriko tabernas, sorteando vigilan­cias militares del modo más estrambótico y arriesgado posible y, en definitiva, haciendo todo tipo de locuras. Tantas, y tan inimaginables, que sólo las hace verosími­les el fuego de la vocación, el fuego temerario de la pala­bra que se atreve a alumbrar las tinieblas y no retrocede un paso.

La Schlichting era —sigue siendo— una llama, la llama más intrépida que incendiaba las páginas de es­te periódico. Y una parte de esa llama —su fulgor y su cáli­da permanencia— se congrega en las páginas de Yo viví en un harén, que me ha traído la luz de aquellos días en que el mundo todavía era joven, y nosotros también.

www.juanmanueldeprada.com