miércoles, 25 de junio de 2008

MANIFIESTO POR UNA LENGUA COMUN


















'Manifiesto por una lengua común' Documento presentado en el Ateneo de Madrid

ELPAÍS.com - Madrid

ELPAIS.com - España - 23-06-2008

Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y común de todos los ciudadanos españoles. Desde luego, no se trata de una desazón meramente cultural -nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés- sino de una inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como lengua principal de comunicación democrática en este país, así como de los derechos educativos y cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación.

Como punto de partida, establezcamos una serie de premisas:

1. Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas -el castellano- goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia (?) de ningún tipo porque en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.

2. Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüísticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas cooficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc... en detrimento del castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello «normalización lingüística»).

3. En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua cooficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo competencial bilingüe no justifica decretar la lengua autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de educación o de relaciones con la Administración pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad.

4. Ciertamente, el artículo tercero, apartado 3, de la Constitución establece que «las distintas modalidades lingüísticas de España son un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Nada cabe objetar a esta disposición tan generosa como justa, proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que padecían esas lenguas. Cumplido sobradamente hoy tal objetivo, sería un fraude constitucional y una auténtica felonía utilizar tal artículo para justificar la discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano en alguna de las formas antes indicadas.

Por consiguiente los abajo firmantes solicitamos del Parlamento español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso puede exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los siguientes puntos:

1. La lengua castellana es COMUN Y OFICIAL a todo el territorio nacional, siendo la única cuya comprensión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles.

2. Todos los ciudadanos que lo deseen tienen DERECHO A SER EDUCADOS en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común.

3. En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano español tiene derecho a ser ATENDIDO INSTITUCIONALMENTE EN LAS DOS LENGUAS OFICIALES. Lo cual implica que en los centros oficiales habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo funcionario deba tener tal capacitación. En locales y negocios públicos no oficiales, la relación con la clientela en una o ambas lenguas será discrecional.

4. LA ROTULACION DE LOS EDIFICIOS OFICIALES Y DE LAS VIAS PUBLICAS, las comunicaciones administrativas, la información a la ciudadanía, etc... en dichas comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua autonómica.

5. LOS REPRESENTANTES POLITICOS, tanto de la administración central como de las autonómicas, utilizarán habitualmente en sus funciones institucionales de alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones características. En los parlamentos autonómicos bilingües podrán emplear indistintamente, como es natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales.

Firmado por Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Fernando Sosa Wagner.




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TEATRO GRECOLATINO




Teatro romano de

Segóbriga (Cuenca)

Con motivo de Segóbriga 2008

Don Francisco Rodriguez Adrados

publica en la Tercera de ABC el

siguiente artículo



SEGÓBRIGA 2008

... Falta en España una Compañía Nacional de Teatro Grecolatino, con todo lo que lleva anejo de formación de actores y de colaboración con los estudiosos de ese teatro. Algo así como el Instituto del Drama Antiguo que ha funcionado tantos años en Siracusa. Lo he propuestos muchas veces...

VUELVO a las andadas, al teatro griego y la­tino y a sus representaciones en España, un tema del que desde hace un tiempo ya largo yo escribía en este periódico. Y lo hago de la mano del Festival de Segóbriga, que era uno de mis temas.

Porque este año su Festival cumple veinticin­co años, un aniversario que ha llegado sin hacer­se notar. Docenas de piezas teatrales griegas y la­tinas, en versiones mínimamente retocadas, han pasado entre tanto por el viejo escenario de tiem­pos de Vespasiano y Antonino, ante cien mil alumnos de enseñanza secundaria cada año. Les ganaban para sí las viejas obras, burlando los pre­juicios de quienes creen preciso retocarlas al máximo en nombre de una modernidad que no ne­cesitan, porque son modernas.

¿Cómo no van a ser modernos el conflicto, el amor, la risa, la justicia, la venganza, hasta la bar­barie? Con un poco de tino de los autores de los tex­tos y de los directores puede lograrse que el anti­guo ambiente, las antiguas circunstancias, sean «traducidas» por el público juvenil, traídas a lo per­manente. Porque algo hay que dejarle al público: si se suprime el envoltorio local y temporal, se banali-za el fondo de poesía y pensamiento unido a él.

Este año Segóbriga y su Festival han salido una vez más al aire cortante, a la lluvia a veces (el público bajo los paraguas), de la antigua Segóbri­ga de celtas y romanos, no lejos de Madrid. La han visitado, desde el 22 de abril, los viejos pero tam­bién jóvenes trágicos, los viejos pero también jóve­nes cómicos. S"e cerrará el Festival el día 27, con un acto en honor de quienes más se han distingui­do dirigiendo grupos y representaciones.

Hermoso páramo Segóbriga, desde cuyas gra­das se pueden ver, a veces, los rebaños de ove­jas, oír sus esquilas. Ya ven, es la «ciudad de la vic­toria», de seg «victoria», también en Segovia, Sigüenza, Sisamón. La ciudad celtíbera romaniza­da desde el siglo II antes de Cristo, citada en los textos que hablan de Viriato y Sertorio, urbaniza­da por el romano, provista por él de un teatro para 2.000 espectadores, de anfiteatro y termas. Sede luego del Cristianismo (tuvo un obispado): una er­mita en lo más alto es testigo del culto cristiano, en un comienzo, sin duda, en una casa particular.

Y ahora Segóbriga resuena con las voces de los más ilustres testigos de la reflexión griega y roma­na sobre la vida misma. Voces que saltan por enci­ma de reformas educativas nada humanísticas y son escuchadas por nuestros jóvenes.

Han venido a visitarnos esta primavera Sófo­cles con su «Antígona», Eurípides con «Hipólito», «Bacantes», «Medea», «El Cíclope» e «Ingenia en Aulide»-«Aristófanes» con «Lisístrata» y «Las Nubes», Plauto con «Casina», «Aulularia» y «Los gemelos». Se han añadido teatralizaciones de «El asno de oro» y las «Fábulas» de Esopo. Y ello de la mano de directores y actores que son profesores y alumnos de Institutos de la totalidad de España. Y de la mano, en definitiva, del Instituto de Tea­tro Grecolatino de Segóbriga y de su director Aurelio Bermejo, que desde el comienzo hasta ahora sigue al pie de la obra que fundó.

Creo que este éxito nos da la razón a los que, tras un estudio sin improvisaciones, del teatro grecolatino, que es nuestro teatro, hemos aposta­do por sus valores y sus esencias, unidas a hechos formales. ¡Que no quiten los coros! ¡Que no mez­clen las'obras! ¡Que no corten los parlamentos! ¡Que no añadan vestiduras ni ideologías a la mo­da! La función del traductor-adaptador y la del di­rector de escena es traer la obra al público, que es­te la siga, sufra o ría con ella. No poner su ego en el centro de la escena. No es un creador, es un re­creador, un transmisor.

El teatro griego y sus ecos modernos están uni­dos a mi vida, me traen inevitables recuerdos. Y no sólo de debates sobre el viejo tema de «¿qué es la tra­gedia?», que hay que contestar desde los textos mis­mos y no desde Aristóteles o Wilamowitz u otros teóricos. Ni sólo de debates sobre cómo deben ha­cerse las representaciones, debates que yo soste­nía en Delfos, Siracusa, Mérida y otros lugares.

También me vienen recuerdos de cuando yo po­nía en escena, por toda España, con estudian­tes, a Edipo, Hipólito, Agamenón, Lisístrata y otros nombres entrañables. Esa experiencia es la que me llevó, en compañía con Martín Almagro, ex­cavador de Segóbriga, a buscar ayudas para crear un festival como este. No tuvimos éxito, nos queda­mos en precursores. El éxito lo tuvo Bermejo.

En fin, no es este el lugar para una discusión teó­rica. Pero experiencias como la de Segóbriga (y esas mías a que apunto, y otras varias del grupo de «los profesores», como nos llaman un tanto despec­tivamente) hacen ver que una puesta en escena, fiel en lo que cabe, del teatro antiguo es posible, atrae, se gana al público. Sin necesidad de saltos en el vacío. Por supuesto, Antígona, Electra, Orestes y los demás están ahí para quienes quieran hacer teatro propio. Pero es penoso que se abuse tanto de ellos en puestas en escena que pueden unir actores excelentes a textos mistificados.

Han hecho un daño inmenso a Mérida. Recuer­do cuando mi «Hipólito» me lo destrozaron allí un revisor que me impusieron y un director de los con­sagrados. Pero esto es una anécdota. Lo peor es que las deformaciones pretenciosas de las obras anti­guas, aunque a veces, ya digo, con actores y directo­res excelentes, se han hecho habituales. Yo ya no voy a verlas, sufro demasiado.

Segóbriga es una racha de aire fresco, una re­creación, en la medida en que es posible. Aunque los actores puedan ser a veces inexpertos, aunque los directores se hayan formado sobre la marcha. Cosa excelente, por lo demás. Pero más excelente es, si cabe, partir del conocimiento, no de una im­provisación cuando surge, en el azar de las cosas, una simple oportunidad. Y también se da que un director excelente, cuando por la razón que sea ha dirigido una «Orestíada», «descubra» su senti­do —que ya conocían tantos estudiosos. Claro que mejor así.

El gran problema es, como he escrito muchas ve­ces, que falta en España una Compañía Nacional de Teatro Grecolatino, con todo lo que lleva anejo de formación de actores y de colaboración con los estudiosos de ese teatro. Algo así como el Instituto del Drama Antiguo que ha funcionado tantos años en Siracusa. Lo he propuestos muchas veces.

Entre tanto, aparte de un acierto aquí o allá en teatros comerciales, tenemos las representa­ciones estudiantiles. Las más destacadas son es­tas de Segóbriga, que han incorporado a veces grupos de varios países de Europa y han produci­do, en España, retoños vigorosos. Porque hoy hay representaciones como estas en teatros romanos en Tarragona, Sagunto, Clunia, Itálica y otros más. Pero no solo aquí, también en teatros moder­nos en Pamplona, Córdoba, Palma de Mallorca y otras ciudades. Y todo ello unido a la difusión de traducciones de los textos antiguos y a otras acti­vidades más.

El movimiento estudiantil hacia el teatro anti­guo es amplio. Y no sólo el derivado de Segóbriga.

En este aniversario no hay sino desear la conti­nuidad y mejora del Festival de Segóbriga. Es algo que está en marcha y que cuenta con ayudas de los Ministerios de Educación y Cultura, del INAEM, de la Autonomía de Castilla-La Mancha, de insti­tuciones de Cuenca. Y se ha creado un Parque Ar­queológico. Pero no deja de tener problemas: insta­laciones deficientes, intentos de reducir las repre­sentaciones por riesgos para el propio edificio tea­tral. El éxito trae problemas, pero todo esto tiene solución.

Porque Segóbriga y su Festival se lo merecen. Es una empresa verdaderamente cultural y viva. Conviene que se sepa.

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS

de las Reales Academias Española y de la Historia