jueves, 2 de octubre de 2008

ALEXIA GONZALEZ - BARROS



















Se cumplen 15 años de la apertura de la Causa de beatificación de Alexia González - Barros, una niña que, durante diez meses sufrió una dolorosa agonía debida a un tumor canceroso, hasta que falleció a la edad de 14 años.
Ante la reciente película española que distorsiona su vida y el proceso de su enfermedad sus her
manos han hablado para Alfa y Omega.

Alexia, según sus hermanos.


Se cumplen quince años de la apertura de la Causa de beatificación de Alexia González -Barros una niña que, durante diez meses, sufrió una dolorosa agonía debida a un cáncer de huesos hasta que falleció, a la edad de 14 años. Su serenidad ante el dolor, y el deseo constante de que en ella se cumpliera la voluntad de Dios, traspasó nuestras fronteras. Ante la reciente película española que distorsiona su vida y el proceso de su enfermedad, sus hermanos (ella era la menor de cinco), han hablado para Alfa y Omega

Cuando me dijeron esto se acaba, no nos lo esperá­bamos. Hacía unos días que planificábamos volver con ella, por fin, a casa, a Madrid. Pero en el últi­mo momento le detectaron una metástasis en las meninges y entonces supimos que no había nada que hacer. Yo trabajaba en Barcelona, y rápidamente me fui a Pamplona, para estar a su lado, como el resto de mis hermanos. Mis padres nunca se habían separado de ella».

Alfredo González-Barros, hermano de Alexia, la niña que murió, a la edad de 14 años, víctima de un doloroso cáncer de huesos, y cuya fama de santidad traspasó en seguida nues­tras fronteras, relata así los últimos momentos de la vida de Alexia, en su habitación del hospital:

«Al llegar, me puse de rodillas a su lado, y le cogí la mano.

Me di cuenta de que mi madre la estaba ayudando a bien mo­rir. Le preguntaba si estaba contenta, y le comenzó a contar un cuento, algo que hacía con frecuencia desde que éramos pe­queños, y que se le daba especialmente bien. En el cuento, Alexia estaba en Belén, con la Sagrada Familia. Le servía de ayuda a la Virgen, cuidando al Niño Jesús. Alexia dijo: Más, pi­diendo que su madre continuara con el cuento; y cuando mi madre le preguntó: ¿Quieres a Jesús? ella contestó: Sí.

Más y fueron sus últimas palabras. En un momento de­terminado, una enfermera le dijo a mi madre: Señora, déjela ya, que ya no puede oírle, pero mi madre siguió: Por si me sigue oyendo..., hasta que comprobó que realmente ya no podía oír­le. Cuando exhaló su último suspiro, levanté la cefoeza., y vi que

toda la habitación estaba llena. Yo ni siquiera había visto a nadie entrar. La gente lloraba, todo el mundo estaba muy conmocionado».

No era la primera vez que la habitación de Alexia se llenaba de gente. Tras detectársele un tumor que paralítica, en Madrid, sufrió varias y dolorosas intervenciones, que soportó con una serenidad extraordinaria, hasta que fue trasladada a la Clínica Universitaria de Navarra. Allí transcurrieron los últimos meses de su enfermedad, y allí fue donde médicos y enfermeras comenzaron a darse cuenta de que en aquella habitación, la 205, se encontraba una persona muy especial, cuya fe le aportaba una fortaleza y una serenidad ante el dolor fuera de lo normal.

Esto no significa que no sintiera en su cuerpo el dolor, con aquella enfermedad tan dura, y con el tratamiento tan demoledor al que fue sometida, que le hacía devolver cada poco durante 24 horas seguidas, sin poder moverse ni un centímetro de su posición horizontal. Significa, simplemente que aceptó la voluntad de Dios, aunque nunca perdiera la esperanza de curarse. Su frase, desde bien pequeña, había sido: “Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras”; y en el transcurso de su enfermedad, solía rezar: «Jesús, yo quiero ponerme buena, quiero curarme, pero si Tú no quieres yo quiero lo que Tú quieras». No fue, por otro lado, una reacción espontánea. Su vida interior había sido forjada desde bien pequeña en el seno de una familia cristiana y en un colegio de religiosas teresianas.

«Es difícil ver a tu hermana sufrir, pero ella lo hacía todo más fácil -dice Damián, otro hermano-. Hubo momentos muy duros, por supuesto, pero en casa nos enseñaron que todo era para bien. En aquella época no era normal que unos padres fueran tan avezados de llevarse a sus cinco hijos de viaje a Italia, Francia, Turquía, Rumania..., y esos buenos momentos, nos enseñaron a aprovecharlos, y los malos también”. Y añade Alfredo: «De hecho, la vida de Alexia hasta ese momento, no digo que fuera de película americana pero es verdad que era una película muy bonita. Tenía muchas amigas, una familia que la adoraba, igual hacía Optirmist (pequeño velero) que bailaba sevillanas..., y tenía un concepto muy liberal de la vida, algo común a toda la familia, q independientes y nos gustaba hacer toda clase de actividades».

Cuando Alexia falleció, el 5 de diciembre de 1985, toda la familia quiso recopilar la cantidad de recuerdos en su memoria, con el objetivo de que no se olvidaran con los años. Pronto, una religiosa del colegio de Alexia quiso poner por escrito todos aquellos recuerdos. Éstos escritos, que principio iban a ser simplemente un artículo para la revista del colegio, se convirtieron en el libro Alexia. La experiencia del amor y dolor vivida por una adolescente (ed. STJ), y las numero­sísimas cartas que comenzaron a recibir, procedentes de los cin­co continentes, llamaron la atención de un religioso claretiano, que impulsó la Causa de beatificación, consciente de que un ejemplo así no podía dejarse en el olvido.

Las 600.000 estampas que se han publicado para la devoción privada en 17 idiomas son un ejemplo vivo de que la expe­riencia de Alexia, de la que fueron testigos unos pocos privi­legiados, es más fuerte y más universal de lo que puede pre­tender la capacidad humana.

A. Llamas Rulados (Publicado en Alfa y Omega del 2 de Octubre de 2008).



---Su oración preferida



“Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras”

Cada vez que hacía la genuflexión ante el Sagrario decía esta frase: "¡Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras!".

Miles de personas repiten hoy esta jaculatoria: hay sacerdotes que la enseñan en la Catequesis para que los fieles se acostumbren a recitarla también cuando pasen junto el Sagrario; muchos niños la ponen en su recordatorio de Primera Comunión; y hay seminaristas que han hecho de esa frase el lema de su vida...

Mayores y jóvenes, sacerdotes y religiosos, misioneros y monjas de clausura, hombres y mujeres, personas de toda clase y condición, de los lugares más insospechados, nos escriben diciéndonos que le dicen con frecuencia al Señor la misma oración que Alexia: Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras.


¿Quién se la enseñó?

Nadie. A los seis años cuando su madre le sugirió que le dijera algo al Señor en el Sagrario, Alexia le contestó enseguida:

-“¡Claro, mamá, yo le digo esto: ¡Jesús que yo haga siempre lo que Tú quieras!

Fue, sin duda, una moción del Espíritu Santo en su alma de niña.


Un constante acto de desagravio

Actualmente, cuando tantas mujeres y hombres parecen vivir de espaldas a Dios, esta jaculatoria supone un constante acto de desagravio repetido amorosamente por muchas almas.

Quiera Dios que esta jaculatoria se concrete en cada uno en el propósito firme de decirle al Señor siempre que sí, para seguirle de cerca a lo largo de la vida.

Que la intercesión de Alexia ante el Señor nos alcance la gracia de cumplir Su Voluntad en los momentos buenos y en las circunstancias difíciles de la vida, con el convencimiento de que la verdadera felicidad se logra siendo dóciles a lo que Dios nos pide.


Prof. C. Giannattasio (Brasil): rezamos con ella

«Gracias a Alexia millares de personas en todo el mundo están rezando a Dios y viviendo una vida mejor.

Con alegría y fortaleza repetimos: "Jesús, que yo haga siempre lo que Tú quieras". Gracias, Alexia».


Miles de personas, al igual que Rebeca

Rebeca, una joven vallisoletana, habla de la importancia que tuvo en su vida esta oración, que aprendió de Alexia y como influyó en su decisión de vivir una intensa vida cristiana, unida al Señor: