sábado, 19 de abril de 2008

UMBRALES



Publica recientemente el ABC un artículo de Antonio Astorga en el que glosa la concesión del premio González-Ruano al columnista del ABC Ignacio Camacho.
ANTONIO STORGA

MADRID. Decía Francisco Um­bral que a la muerte nunca se le vence porque «está en uno mismo». El día que la parca le llamó a su seno, en el último ferragosto, Ignacio Camacho trazó una raya en el agua como Quevedo tres siglos antes, ras­gando el papel en el sotabanco de los cafés para llenar su siglo de obras jocosas y escritos satí­ricos, críticos, costumbristas, muy plásticos de escritura, y vi­vos de traza. El hijo periodísti­co honraba con «Umbrales» al «dios padre» esculpiendo un maravilloso soneto en su co­lumna de ABC, que ayer fue re­conocida con el premio Gonzá­lez-Ruano de Periodismo, de la Fundación Mapfre. El jurado, que presidía Juan F. Layos, lo componían proceres del arte jó­nico y dórico, escrito y dibuja­do: Manuel Alcántara, Anto­nio Gala, Marcial Loncán, An­tonio Mingóte, Rafael de Penagos, Raúl del Pozo, Francisco Rodríguez Adrados, Vicente Verdú y Alfonso Ussía.

Ignacio Camacho trazó una raya, cuya onda pervivirá mor­tal y rosa: «Un premio que lleve el nombre de González-Ruano uno lo tiene que recibir como una condecoración, aunque no la merezca —sostiene el colum-nista y ex director de ABC—. El gran Alfredo Di Stéfano ya lo advirtió: "No la merezco, pe­ro la trinco", cuando le dieron la medalla del Real Madrid. Por los premiados, por su histo­rial, por el Jurado me llena de orgullo el premio González-Ruano. Y por la advocación ba­jo la que está». El columnismo es, para Ignacio Camacho, no descansar; un sitio y una fre­cuencia. Defiende el artículo los 365 días del año por su pro­fundo respeto al lector que pa­ga religiosamente un euro por su periódico, ora en invierno y verano, ora truene o llueva: «Umbral definía la columna co­mo el soneto del periódico. Yo creo que toda la generación de cincuenta años para abajo so­mos hijos de Umbral», señala-Camacho. ¿La mejor literatura se sigue haciendo en los perió­dicos? «Se escribe buena litera­tura en la literatura —Muñoz "Molina, Mendoza, Marías, Prada... son excelentes escritores—, y se escribe también muy buena en los periódicos —repara a la perfección Igna­cio Camacho—. Pero la mate­ria prima de la realidad está su­perando a la materia de la fic­ción. Lo que hoy contamos en los periódicos es un material que difícilmente se podría ela­borar únicamente de ficción». No sabía Ignacio Camacho de la inmediatez del estado de salud de Umbral. La noticia de su muerte le golpeó personal­mente porque hacia Umbral Camacho profesa una admira­ción muy especial: «Paco es pa­ra mí un hombre muy vincula­do a mi vocación periodística —confiesa el columnista de ABC—. Obligatoriamente te­nía que escribir ese artículo el mismo día de su muerte, e inmediatemente traté de rendir­le un mínimo homenaje. El me­jor premio sería poder seguir leyendo a Umbral, y aprendien­do de su magia y fulgor».

Personaje fértil y decisivo

Una de las cosas que a Ignacio Camacho se le han quedado pendientes en este oficio ha si­do trabajar «más al lado» de Umbral. Ya coincidió con él una temporada breve en «El mundo», donde compartía una especie de consejo editorial cul­tural, y esa experiencia le supo muy a Paco, pero «muy a poco: en esos años Paco salía bastan­te, y era maravilloso y muy fér­til escucharle. En mi vocación y formación profesional Um­bral es personaje decisivo».

Como Larra, y Cavia, Cam­ba, Pemán, Ruano... sublimes meandros del columnismo que ilustran grandes premios pe­riodísticos: «Hay una genera­ción que no es todavía perdida, pero está a punto de perderse casi por completo, en la que es­taban Campmany, Umbral, Ha-ro.. que se han ido, pero nos que­da afortunadamente Manuel Alcántara, Antonio Burgos, Raúl del Pozo, Ussía, Martín Fe-rrand, Antonio Gala, etc., y los jóvenes que vienen: Prada, Gistau... La renovación está ga- rantizada», concluye un columnista que pidió, y le fue concedido, amparo a otro «dios padre»; —Campmany— cuando tras su primera raya en el agua desde el principio del verbo. O sea.



Reproducimos a continuación el artículo distinguido con el premio González Ruano de periodismo,
publicado en ABC el 29 de agosto de 2007:

Por las torrenteras del idioma se despeñaba ca­da mañana el verbo cau­daloso, la prosa exuberante y desbordada, la escritura resta­llante, tempestuosa, innovado­ra de Paco Umbral mientras el personaje que de sí mismo ha­bía construido se asomaba al espejo de un vértigo histórico que le devolvía la imagen áspe­ra, snob y polémica dé una im­postura de malditismo. Amar­go como Capote, ingenioso co­mo Ruano, dandy como Tom Wolfe, volcánico y solitario co­mo Baudelaire, pertinaz como Cela, atraía sobre su cabeza de león miope los relámpagos del lenguaje y los fundía en el cri­sol de un estilo tan imitado co­mo ya irrepetible.

Hay un río de literatura y de ideas que atraviesa la cordille­ra del periodismo español des­de la fuente primigenia de La­rra, surca dos siglos entre los meandros de Clarín, Cavia, Camba, Pemán o Ruano y desemboca en la generación casi perdida de Campmany y Um­bral, de la que ya sólo Alcánta­ra sobrevive de pie sobre sus propias huellas como testigo de un magisterio inalcanza­ble. Ese río de excelencia se abre como un delta en una prensa contemporánea repleta de columnas cuyos débiles fus­tes empezamos a quedar huér­fanos cuando se fue Jaime en otra madrugada acuchillada por un desamparo de soleda­des que ahora nos clava de nue­vo el puñal traicionero del va­cío y nos deja la oquedad inson­dable de las palabras heridas por la mortal y rosa caricia de la ausencia.

Escribía Umbral a puñeta­zos, como si quisiera arrancar­les a las teclas de su vieja Oli­vetti los secretos del lenguaje, cuyas barreras expresivas de­rribaba inventando neologis­mos felices o acuñando térmi­nos de una modernidad relu­ciente y atrevida, hallazgos verbales que brincaban en sus páginas como muchachas rebeldes en una playa. Su com­promiso literario era tan visce­ral que lo convirtió en un robinsón misántropo, capaz de ame­trallar con crueles frases bise­ladas de acero cualquier senti­miento que amenazase con an­clarle en otro territorio que no fuese el del abismo de la litera­tura. A menudo era hosco, pro­vocador, soberbio, intratable y ególatra, pero enredado en la pasión de escribir se volvía un huracán avasallador y torren­cial, imparable y rabioso como un genio iluminado de furia. Disfrazado de sí mismo, creó un personaje y lo adornó, como a la estatua de Valle, con la bu­fanda blanca de un dandismo en el que sublimaba cualquier ideología. Era un rojo remansa­do que atravesaba las trinche­ras entre fogonazos de prosa, inclasificable con las etique­tas convencionales del secta­rismo banderizo; un iconoclas­ta montaraz, bronco, diverti­do, refractario, poliédrico. Le gustaba definirse como un ni­ño de derechas, un joven fascis­ta, un socialista sentimental y un quinqui vestido por Pierre Cardin, y probablemente fue to­das esas cosas y muchas más, inaprensible salvo en la condi­ción de escritor total, vertigi­noso y arrebatado. Las muje­res le llamaban Umbrales y te­nía el honor, como Max Estre­lla, de no ser académico.


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