MARTIN FERRAND
«UN TAL BLAZQUEZ»
Sencillamente, no hay razones que amparen la existencia de unos profesionales del asesinato y la extorsión
UNA de las formas más frecuentes en el periodismo contemporáneo —tan decadente, tan subordinado— consiste en la conversión del redactor clásico en una memoria móvil, capaz de acudir a cualquier acto y, sin necesidad de entenderlo, ni mucho menos narrarlo con el vigor debido, retornar a su base, la redacción, con un par de frases memorizadas. Algunos le llaman a eso «periodismo declarativo», pero el adjetivo le resulta grande a una práctica tan chica. Es la anulación del testigo para agrandar la presencia y la autoridad de los protagonistas de la actualidad. Una forma sutil de propaganda que incita a la confusión. Por ese portón suelen colarse en los periódicos más equilibrados e independientes signos de sectarismo y, especialmente en los medios audiovisuales, más urgentes y menos analíticos, saltan a primer plano, como si fueran verdades magnas lo que solo son insidias procedentes de la perversidad, el temor o la vaciedad.
La Agencia EFE acaba de entrevistar a quien fue obispo de Bilbao y es hoy arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, vicepresidente, además, de la Conferencia Episcopal. «Ese tal Blázquez», como le señaló en su día Xabier Arzalluz, dice que «si ETA deja las armas, la sociedad sabrá ser generosa». No me atrevería a dudar de la recta intención de tan notable monseñor; pero, si entendemos la generosidad, según nos enseña el DRAE, como la propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad y el interés, ¿les cabe a los de la banda una respuesta tan magnánima? Dicho de un modo más grosero: ¿tiene precio el abandono de las armas?
También dice Blázquez que confía en que la banda terrorista desaparecerá «pronto», que es necesario «continuar con la deslegitimación de todos los motivos» que esgrimen los etarras. Si tan notable prelado dice lo que entiendo cabe pensar que sus casi tres quinquenios de pastoral vizcaína le han llevado a una suerte de «síndrome de Estocolmo». Es posible que en tiempos pasados, cuando algunos maestros de Blázquez escoltaban a Francisco Franco bajo el palio reservado al Santo Sacramento, hubiera mucho que deslegitirnar; pero hoy, al amparo de una Constitución, vigente un Estatuto que le dota al País Vasco de más autonomía que la de los Estados en una República federal, no hay razones que «deslegitimar». Sencillamente, no hay razones que amparen la existencia de unos profesionales del asesinato y la extorsión. En su condición de visitador pontificio para investigar el intríngulis de la vida de Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo, ¿encontrará Blázquez objetivos a deslegitimar para mejor comprender esa otra familia de desmanes?
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