lunes, 3 de enero de 2011

El hombre que fue Presidente

Por su agudeza traemos aquí el artículo que recientemente ha publicado
en ABC el periodista Ignacio Camacho:

UNA RAYA EN EL AGUA

Ignacio Camacho

EL HOMBRE QUE FUE PRESIDENTE

El hombre que fue presidente
del Gobierno se mantiene en el
cargo pero ha perdido el poder.
Es un zombi, un espectro

EL hombre que fue presidente del Gobierno se creyó hace un año que lo habían ele- gido presidente de Europa Con arrogancia autocomplaciente confundió un sim­ple turno de guardia rotatoria con un liderazgo ad­quirido, y tal día como hoy se declaró con mucha so­lemnidad dispuesto a mostrar al orbe el modo de sa­lir de la mayor crisis del último siglo. Los verdade­ros líderes europeos le miraron con cierta sorna dis­plicente y pocas semanas después lo sentaron en una conferencia junto a los gobernantes de los paí­ses con mayor tasa de deuda y de paro. El hombre que fue presidente del Gobierno no entendió el mensaje y siguió proclamándose referencia plane­taria de una nueva dimensión ideológica, luz de la socialdemocracia, profeta de un tiempo distinto; así que antes de que concluyese su exiguo mandato simbólico, los socios influyentes del club que pre­tendía dirigir le dieron un golpe de autoridad: le sa­caron a voces de su plácido ensueño, le impusieron las reglas, le fijaron las condiciones y le dictaron la política

Desde entonces, el hombre que fue presidente se mantiene en el cargo pero ha perdido el poder. Es un zombi, un fantasma, un alma en pena, un espec­tro que vaga por los rincones de un Estado que ya no dirige. Los débiles hilos de su Gobierno de mario­netas los maneja un lugarteniente que acapara sus funciones y lo suplanta como interlocutor ante la opinión pública. La sociedad le ha vuelto la espalda, su partido lo da por amortizado y sus colegas de Eu­ropa le cursan órdenes, por correspondencia La única facultad que conserva es la de decidir el mo­mento de su propio relevo, que hasta sus correligio­narios desean que abrevie cuanto pueda Ya no le quedan partidarios y los que aún se presentan como tales están repartiéndose en secreto los res­tos de su túnica de tribuno.

El hombre que fue presidente estrena el año con­vertido en un autómata. Su futuro es una cuenta atrás y del pasado ya nadie quiere saber nada De su entorno se han evaporado los aduladores, los arús­pices, los oportunistas, y ha empezado a aflorar esa clase de colaboradores cuya lealtad reposa en man­gos de puñales. Sólo él mismo conserva una suerte de autosugestión con la que aún trata de sostener la vaga esperanza de reinventarse. Pero su carisma se ha ido para no volver, sus certezas se han derrui­do y la seguridad del poder le ha abandonado en la tenue veladura de una sirnbología escénica. Está solo, encerrado en la oquedad de un fin de ciclo sin otra expectativa que la de la bajada del telón.

El hombre que fue presidente el Gobierno ya sólo tiene delante la oportunidad de elegir el or­den de su retirada: la renuncia y la derrota o la de­rrota y la renuncia Ésa es la decisión que le queda pendiente: dispone de todo un año para volver a equivocarse.

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