Tauromaquia en Central Park
Fotografia y texto tomados del ABC del día de hoy, 20 de mayo de 2008.
No sé quien es Rosario Pérez, pero en este artículo describe perfectamente la afición de los socios del Club Taurino de Nueva York.
ROSARIO PÉREZ
La sombra de la piel de toro es alargada como la del ciprés de Delibes. Un capote de grana y oro se extiende de España a México, de Francia a Portugal, de China a Nueva York. Y en la ciudad que nunca duerme se ha despertado también el gusanillo del toreo. En la inmensidad de Central Park se reúnen aficionados para practicar las distintas suertes de manera casi clandestina. Como aquellos románticos maletillas que otrora saltaban vallas y alambradas para torear a la luz de la luna un toro fiero en un cortijo marismeño, los neoyorquinos hacen sesiones de tauromaquia a escondidas en un escenario donde la mayoría desconoce los incalculables valores de la Fiesta, reflejada en espejos cóncavos valleinclanescos.
Pero existe una asociación, el Club Taurino de la Ciudad de Nueva York —con 150 miembros—, que vive con gran pasión el toreo. Además de reunirse una vez al mes para comentar la temporada española, practican el arte de Cuchares en Central Park y protagonizan escenas que recuerdan a los entrenamientos de los toreros en la madrileña Casa de Campo. Mientras uno hace de morlaco y embiste largo y humillado, otro torea al natural. Beben en las fuentes de las corridas que ven en vídeos o en su paso por los cosos ibéricos. «La mayoría de nuestros socios son estadounidenses que han descubierto los toros gracias a sus visitas a Pamplona y otros lugares de España y México. Son muy buenos aficionados», explica a Efe la presidenta del Club, Lore Monning. Es el caso de un profesor de Secundaria, Robert Weldon, impactado por la gallardía de José Tomás en una Goyesca en Las Ventas. «Con una sola faena, mi vida cambió. Vi algo tan emocionante e impresionante, y que no lograba entender, que me tocó hondo. Supe que debía regresar a España para vivirlo más de cerca», dice el maestro y organizador de las clases de toreo en Manhattan.
Cuentan estos amantes de la Fiesta que ejercitar su afición no es tarea sencilla en un país donde el toreo se considera algo «primitivo». Pero no son los primeros hechizados por la magia de una verónica y la heroicidad de sus intérpretes. Selectos estadounidenses, como Orson Welles —que confesó ser un aspirante a torero— y Ernest Hemingway —artífice de la sentencia «las corridas de toros son muy morales»—, ya se mostraron fascinados por el universo de los toros.
Cuna de importantes movimientos culturales, en Estados Unidos ha reverdecido la curiosidad por la «Fiesta más culta del mundo» (García Lorca dixit). Los primeros jueves de cada mes, los jardines de Central Park se convierten en un ruedo. Sin pasodobles ni olés, maletillas neoyorquinos hacen el paseíllo cerca de la Quinta Avenida y dibujan lances frente a un toro imaginario.
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