Juan Manuel de Prada, en su artículo "Algo más que focas", publicado en el XLSemanal del 13 de Abril de 2008, traza un no paralelismo entre la exhibición de la matanza de focas y la exhibición de la matanza de niños gestantes.
Algo más que focas
Un año más, coincidiendo con el levantamiento de la veda ; decretado por el Gobierno canadiense, los medios de comunicación han reproducido imágenes de la matanza de focas perpetrada en el golfo de San Lorenzo. Son imágenes de extrema crueldad que revuelven el ánimo de cualquier espíritu sensible: las focas son matadas a garrotazos (si fuesen abatidas por balas, sus pieles agujereadas carecerían de valor), mientras profieren gemidos casi humanos, y arrastradas por sus captores por los hielos árticos, sobre los que dejan un reguero de sangre que golpea nuestra conciencia como una bofetada. La divulgación de estas imágenes desplaza, sin embargo, la responsabilidad de la matanza sobre los cazadores, que no hacen sino ganarse ingratamente la vida atendiendo una vergonzante demanda social. No me cuento entre quienes se visten con abrigos de piel ni entre quienes ingieren grasa de foca (muy rica en ácidos omega 3) para mantenerse saludables; pero calzo zapatos de suela y me gustan mucho los torreznos, y sé que para satisfacer mis preferencias indumentarias o alimenticias es preciso matar vacas y cerdos, que quizá sean sacrificados de un modo más aséptico que las focas, pero que a cambio sobrellevan una vida estabulada e ignominiosa que, si fuese retratada por las cámaras, agrediría igualmente mi sensibilidad.
La matanza de focas es justificada por el Gobierno canadiense aduciendo que más de cinco mil familias viven en el país de la comercialización de sus pieles y su grasa; y también recordando que, si cada año no se levantara la veda, la población
de focas alcanzaría tal plétora que los ecosistemas marinos sucumbirían. Los pescadores de la zona avalan las razones del Gobierno canadiense, certificando que las focas esquilman los bancos de peces. Ignoro si tales aseveraciones son ciertas; pero parece evidente que en la divulgación de imágenes sobre la matanza de focas subyace un fondo de fariseísmo: quizá el mismo periódico que las divulga publica en la página contigua un anuncio de una firma de moda que emplea la piel de foca en sus colecciones o de una empresa láctea que incorpora aceite de foca en sus productos. Nadie podrá negar, sin
embargo, que tales imágenes poseen un impacto de indudable valor informativo; y es aquí, precisamente, donde los medios de comunicación delatan un grado más abyecto de hipocresía, pues existen otras formas de crueldad más monstruosas y extendidas que, sin embargo, ocultan sistemáticamente. La más evidente de todas ellas es la crueldad del aborto, que cada año cercena la vida de millones de vidas humanas gestantes mediante los métodos más ensañados. Vidas como las que hace unas semanas mostraba esta revista, en un hermoso reportaje sobre niños nacidos prematuramente.
El crimen del aborto arroja ante nuestros ojos la pesadilla de una sociedad saturnal que devora a sus propios hijos. Pero si esa pesadilla no se detiene es precisamente porque nuestros ojos no reparan en ella, porque los medios de comunicación que tan prestos están a divulgar las imágenes de la matanza de focas en los hielos árticos se niegan a divulgar las imágenes de los niños gestantes que son masacrados en esos mataderos industriales llamados, con oxímoron sarcástico, 'clínicas abortivas'. Los medios de comunicación han hecho de la contemplación de esas criaturas tachadas alevosamente del libro de la vida un tabú infranqueable, infringiendo el deber informativo que justifica su misión. Resulta escandaloso que en la sociedad de la imagen, donde todo se expone a la vista, donde no hay ámbito de la realidad que quede libre de escrutinio, donde la divulgación de las más diversas atrocidades es aceptada cuando la anima un afán de denuncia, se mantenga la prohibición de mostrar el exterminio de esos pequeños a quienes la muerte visita justamente allí donde la naturaleza ha querido que estén más protegidos: en el vientre de su madre. Resulta escandaloso que las sociedades avanzadas, que están dispuestas a rebelarse contra cualquier atisbo mínimo de censura, acepten sin embargo este tabú, condenando a la oscuridad una realidad que debería remover nuestra conciencia mucho más que la matanza de focas en los hielos árticos.
Quizá por ello mismo la condenamos a la oscuridad. La exhibición de las matanzas de focas nos permite derramar alguna lagrimilla y fingir hipócritamente que seguimos siendo humanos. La exhibición de las matanzas de niños gestantes nos helaría la sangre en las venas y nos confirmaría que hemos dejado de serlo.
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