miércoles, 22 de julio de 2009

El órgano de la Colegiata de Castañeda











En el ABC de ayer Manuel Martín Ferrand publica un bello artículo referente
al nuevo órgano de la Colegiata de Castañeda que transcribo a continuación

EL ÓRGANO DE CASTAÑEDA


EL Pisueña, afluente del Pas y mé­dula del municipio de Castañe­da, en Cantabria, regatea con un meandro el solar en que se alza la Colegiata que lleva el nombre de la Santa Cruz y del lugar: una joya románica, del XII, coetánea de las de Santillana, Cervatos y San Martín de Elines.


Si se me permite la parcialidad, la de Castañeda es la más hermosa de todas ellas. Lo sé por experiencia. Llevo muchos años, bajo un fresno próximo, viéndola amanecer, unas veces con bruma y otras con sol. Es el centro de mi paraíso personal, el lugar en que campito para compensar los excesos urbanos de todo el año y donde Red Eléctrica, con la pasividad de las autoridades cán­tabras, se ha propuesto adelgazar los. encantos naturales con un mastodón­tico tendido de alta tensión.


Un lugar de paz y sencilla vecindad al que pro­tegen los flancos los municipios veci­nos de Santa María de Cayón y Puente­viesgo.

El domingo tuvimos fiesta en Casta­ñeda. Un vecino piadoso ha querido mejorar con sonidos la perfección pé­trea de la Colegiata y le ha donado un magnífico órgano litúrgico. Su bendi­ción fue un acto memorable. El obispo de Santander, Vicente Jiménez, y los párrocos de Ontaneda, Ontoria, Nova-les —los mejores limones del Cantábri­co—, Potes —los mejores garbanzos del mundo— y Soto de la Marina, con una parte del cabildo catedralicio y Jo­sé Ceballos, que lleva 64 años ejercien­do el sacerdocio junto al Pisueña, acompañaron al titular de la Colegia­ta, Luis Carlos Fernández. Una Euca­ristía plena de solemnidad en la que el nuevo órgano lució sus mil y pico tu­bos y sentó sus reales de emoción y ri­queza litúrgicas.

No cuento lo de más arriba por el puro regocijo personal ante algo rigu­rosamente bello y pleno de sentido: un concilio cántabro abundante en la­tines y con una homilía del ordinario del lugar especialmente grata para quienes tenemos en la música uno de los premios con los que la vida nos gra­tifica y compensa. Al margen de su contenido de fe y devoción, fue una muestra de civilización y cultura cris­tianas. Sin Aristóteles, sin el Derecho Romano y sin estas notas que van del ábside de una colegiata a la filigrana del teclado de un órgano, no seríamos nada. Sólo nos enriquecen los supues­tos que se han ido depurando durante más de dos docenas de siglos y el talen­to de un par de centenares de sabios y grandes pensadores. Lo

que muchos no deben olvidar.


M. Martín Ferrand




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