sábado, 21 de junio de 2008

100 DIAS DE SEGUNDA LEGISLATURA DE ZAPATERO








Han pasado los primero 100 días de la segunda legislatura de Zapatero y Tomás Cuesta hace algunas consideraciones:

PERSPECTIVA

CIEN DIAS DE CRISIS, DIÁLOGO HUERO


CIEN días es el plazo que tradicionalmente se conce­de a un gobierno nuevo antes de criticarlo sin contemplaciones. Es una cortesía parlamentaria y pe­riodística más propia de la primera legislatura, pero es el tiempo que le ha llevado al presidente Zapatero descubrir que España estaba en crisis. Ha sido necesario que todos los analistas económicos certificasen la gravedad de la si­tuación y que el mismísimo Banco de España alertase de la frágil salud de las cuentas públicas y del sistema de pensiones.

Cien días ha tardado el jefe del ejecu­tivo en convocar a los agentes sociales al diálogo, el eje central de su estrategia económica. Es justo re­conocer que algo hemos avanzado en este plazo, es­ta misma semana Funcas, AEB y IEE han pronun­ciado las palabras prohibidas, recesión y estanflación, sin que se les haya aplicado la ley de repre­sión de vagos y maleantes por antipatriotas. Pero no ha sido un plazo suficiente para que la manosea­da ciudadanía tenga una idea clara de lo que se pro­pone el gobierno. Habrá que esperar a septiembre.

He leído con atención las crónicas de la reunión del miércoles en la Moncloa y confieso que no he encontrado más que vaguedades y una bonita foto en la que la minis­tra de Igualdad cumple el objetivo de adorno en el margen para el que fue nombrada. Pero gobernar es más que inten­tar manejar la opinión pública y dar señales de tranquili­dad en tiempos de tempestad. Zapatero se equivoca si cree que a estas alturas de la crisis todavía le basta con presen­tarse sonriendo y bien acompañado. Las temidas expecta­tivas de crisis, las que retraen el consumo, la inversión y el empleo, las profecías autocumplidas que todo gobernante responsable quiere evitar, se han hecho realidad porque el presidente sigue en su Disneylandia particular mientras fuera cae la tormenta perfecta. Y tampoco es que el discur­so de los sindicatos haya sido muy esperanzador. Condicio­nados políticamente hasta en el lenguaje que utilizan para describir la situación —era entrañable ver a Cándido Mén­dez evitar la palabra crisis— radicalizan por otro lado los mensajes para evitar la deserción de sus bases. Proclaman así con énfasis encomiable que «los trabajadores no pue­den ser los únicos paganos, los sacrificios tienen que repartirse con los empresarios».

Deben tener otros datos que los demás o haberse quedado anclados en la Memoria Históri­ca, porque han cerrado más del 50 por ciento de las promo­toras y pequeñas constructoras, son innumerables las em­presas en pérdidas y los espectaculares beneficios de las empresas del IBEX son cosa del pasado mientras las cotiza­ciones, el patrimonio de sus accionistas, anda en mínimos. Ese discurso confrontacional no es el más adecuado para una negociación que ha de centrarse en la austeri­dad, la competividad y la productividad.

El diálogo social es deseable, pero no es el bálsa­mo de Fierabrás que todo lo cura. De la misma for­ma que las amenazas del terrorismo islamista no están hoy más lejanas porque España haya aban­derado la causa de la alianza de la civilizaciones, como ha tenido ocasión de comprobar el ministro del Interior con la reciente detención de un nuevo comando, la salida de la crisis no se hará a la italia­na, mediante la cesión de la responsabilidad de go­bernar a unos agentes sociales que tienen intereses legíti­mos pero particulares y no siempre congruentes con las necesidades del país. En economía, como en política, hay momentos para el diálogo y momentos para la decisión, aunque conlleve un cierto grado de confrontación. Fran­cia y Alemania han superado parte de sus dificultades eco­nómicas gracias a la resolución y firmeza de sus gobernan­tes que han marcado el camino de la negociación sindical con propuestas polémicas pero necesarias que se resumen en poner coto a los excesos del Estado de Bienestar.

El presi­dente español da toda la impresión de querer repetir con la economía el desnortado proceso de reforma autonómica. Sin objetivos claros, sin propuestas decididas, sin una idea de lo necesario, sin una agenda establecida, convoca a los agentes sociales para que le hagan el trabajo. Solo le ha fal­tado decirles solemnemente a patronal y sindicatos, «me comprometo a llevar al Parlamento cualquier cosa que us­tedes acuerden». Le llamarán talante, diálogo, democra­cia participativa o nuevo republicanismo, pero a mi me suena demasiado a dejación de responsabilidades y al más rancio corporativismo. La economía espera otra escena del sofá, que se produzca cuanto antes.

Tomás Cuesta

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