lunes, 30 de junio de 2008

EL FUTBOL ESPAÑOL CAMPEON DE EUROPA!!!!!



Fotos:
1ª: Los 11 que ganaron la final
2ª: La Infanta Doña Elena paseando por el centro de Madrid, con su bandera, esperando a la selección española el 30 de Junio
3ª La enhorabuena a España de Mingote y
4ª: Todo el conjunto de la Selección Española, incluidos Luis Aragonés, reservas y técnicos.

















































Despues de la gran preparación física y psíquica realizada por el preparador Luis Aragonés, la selección española de futbol ha conquistado la copa de Europa.

El escritor Juan Manuel de Prada publica en la Tercera de ABC de hoy un artículo cuya calificación queda a juicio del lector.

Al calor de

los goles de

España

... Hemos necesitado que once españoles en calzoncillos se pongan tibios a meter goles para descubrir que el amor a la patria no es pasión vergonzosa ni asquerosita, ni querencia propia de carcas o nostálgicos, ni parecidas zarandajas, sino amor actuante y salutífero, como lo es el amor a la propia sangre...


TENGO un amigo muy querido, catalán y re­publicano, que me confesaba, entre diverti­do y perplejo, que no podía evitar que lo sal­picase la marea de la emoción cada vez que los Príncipes de Asturias se abrazaban en el palco, ce­lebrando los goles de la selección española en esta Eurocopa. Y mientras mi amigo me confesaba es­ta debilidad (que no era sino grandeza de espíritu) me acordé de un pasaje conmovedor de cierto artí­culo de Wenceslao Fernández Flórez, que durante una temporada escribió crónicas futboleras para este periódico; crónicas perfumadas siempre por la brisa del escepticismo irónico que luego reuni­ría en un librito delicioso, titulado «De portería a portería», editado por Prensa Española. En aquel artículo, adoptando un tono entre socarrón y cas­carrabias, Fernández Flórez refunfuñaba sobre los hábitos de los hinchas, y más concretamente so­bre su histeria ruidosa, que los hace rugir a coro en las gradas de los estadios, increpar al enemigo —aunque esté lesionado— e insultar al arbitro, hasta que por fin el equipo al que animan marca un gol, y entonces... Entonces Fernández Flórez narra cómo la señorita que está a su lado en las gra­das del campo quiere abrazar al señor visiblemen­te exaltado que la acompaña para celebrar el gol; pero resulta que el señor está oprimiendo en ese momento al vecino de la derecha, transportado de júbilo; y la señorita, en el calor de la celebración, se vuelve hacia Fernández Flórez y lo abraza sin previo aviso. Fernández Flórez mira en derredor con un gesto similar al de quien encuentra una cartera en la calle; pero enseguida, qué coños, abre resueltamente los brazos y estrecha entre ellos a la muchacha. Y el cronista escéptico que hasta ese momento ha contemplado el fútbol con displicencia o mero desdén siente, de repente, que la alegría le rebulle en el cuerpo, y siente también que crece dentro de él un insospechado fervor fut­bolístico; y hasta se sorprende suplicando ansiosa­mente: «¡Más goles! ¡Vengan más goles...!».


Pues esa alegría de los goles de España, que a hombres y mujeres vuelve más intrépidos y fo­gosos aunque no nos guste el fútbol, que a su calor nos torna de repente españoles sin premeditación, españoles de entraña y certeza, es la que en estas jornadas nos ha cambiado a todos la cara, sustitu­yendo ese aire de congrios hervidos que nos dejan las politiquerías de los políticos por un aire como de jamones serranos, restallante y vigoroso, que da gusto verlo. Ese aire suculento y jovial es el que tienen los abrazos de los Príncipes en el palco del estadio; y hasta el espectador más escéptico o atra­biliario, hasta mi amigo catalán y republicano los ve achucharse y se sorprende suplicando ansiosa­mente, como Fernández Flórez en su artículo: «¡Más goles! ¡Vengan más goles... de España!». Y es que, de repente, todas esas entelequias pelmazas conJas que tanto nos gusta zaherirnos a los espa­ñoles (la politiquería convertida en cilicio de nues­tro impenitente y proverbial masoquismo) se esca­bullen soltando berridos, como los demonios se es­cabullían del cuerpo de los endemoniados, cuan­do Jesús les imponía las manos. De repente, un tío como —pongamos por caso—Ibarretxe, engolfa­do en sus tabarras plebiscitarias, se nos antoja una estantigua o un marciano, o tal vez sólo un se­ñor con problemas de estreñimiento. Y nos entran ganas de decirle: «Pero, hombre de Dios, ¡pegúese usted un abrazo con la parienta, o con la vecina, o con la muchacha que le traduce al euskera las no­tas que usted escribe en castellano, pero abrácese de una puñetera vez y abandone ese gesto de con­grio hervido! Verá cuánto bien le hace».

Porque vaya si hace bien. Si estos campeonatos se celebraran, en lugar de cada cuatro años, cada cuatro meses, la gente se abrazaría muchísi­mo más; y, al calor de los abrazos, todos esos atra­cones de bilis y esos dolores meningíticos de cabe­za con que los españoles nos atormentamos se que­darían en alifafe de poca monta. Porque, vamos a ver, ¿qué son sino fruslerías esas monsergas del se-gregacionismo y el «derecho a decidir» ante la efu­sión rotunda, cálida y fraternal de tantos españo­les que celebran con un abrazo lo que les mandan el instinto, la pasión y el alma? Durante estas se­manas que ha durado la Eurocopa, los españoles hemos actuado como esos muchachos apenas pú­beres que al principio no se atreven a declarar su amor a la muchacha que les sorbe el seso, por te­mor a hacer el ridículo; y así, recién comenzada la competición, bromeábamos con la fatalidad de ser eliminados en cuartos de final, como el muchacho bromea con la expectativa de recibir calabazas. Pe­ro aquellas eran bromas mohínas propias de cobardones; pues el amor que anhela ser correspondido ha de ser ante todo audaz y echao p'alante. Y ha bastado que nos lo creyéramos y nos sacudiéra­mos esa capa de mugre de los complejitos y las pu­silanimidades con que nos abruma la politiquería de cada día para que descubriéramos que la mu­chacha que nos sorbía el seso estaba esperándo­nos, como las vírgenes prudentes de la parábola, con la lámpara encendida; y que, en echándole un poco de aceite, la lámpara llameaba como una ho­guera de San Juan. Hemos necesitado que once es­pañoles en calzoncillos se pongan tibios a meter goles para descubrir que el amor a la patria no es pasión vergonzosa ni asquerosita, ni querencia propia de carcas o nostálgicos, ni parecidas zaran­dajas, sino amor actuante y salutífero, como lo es el amor a la propia sangre. Porque los carcas, y los nostálgicos, y los tíos que dan asquito y vergüenza son los que no lo sienten; los otros, nosotros, tan só­lo somos gente normal, esto es, personas que sa­ben dejar a un lado las nimias mezquindades que los separan para abrazarse en nombre de la gran­deza que los une.

«¡Más goles! ¡Vengan más goles de España!». El fútbol, dicen los expertos, es metáfora de la propia vida; frase que queda muy rimbombante y no se suele explicar. Pero si quisiéramos explicarla ten­dríamos que decir que la vida en esquema, como el reglamento del fútbol, es en principio muy simple: hay un balón, hay unos palos clavados en el suelo; y todo el busilis del juego consiste en meter el ba­lón entre los palos. Pero, claro, enseguida surgen obstáculos que entorpecen y complican tan ele­mental misión; y, con los obstáculos, surgen tam­bién las irritaciones, las frustraciones, las tenta­ciones del desistimiento y la renuncia. Los españo­les llevamos demasiado tiempo sufriendo con esos entorpecimientos y complicaciones; y, con frecuencia, nos oprime la asfixiante sensación de que nunca nos dejarán hacer algo tan sencillo co­mo meter un gol en la vida. Entonces vemos a esos once españoles en calzoncillos correteando por el campo los vemos arrimar el hombro, los vemos po­ner tesón en el empeño, los vemos enardecidos por una ilusión común, los vemos mantener la fe en la adversidad, y el aplomo en la tarascada, y el orgu­llo en la derrota, y descubrimos el sentido aleccio­nador de lo que hacen. Así se explica el fútbol co­mo metáfora de la vida; y cuando el arrimo y el te­són y la ilusión y la fe y el aplomo y el orgullo se lla­man España, la vida adquiere una temperatura de abrazo a la que es vano resistirse. Es posible que al principio miremos en derredor con un gesto simi­lar al de quien se encuentra una cartera en la ca­lle; pero, si nos agachamos a recogerla, descubrire­mos que esa cartera es la nuestra, la cartera que nos birlaron los politiquillos y los pelmazos que quisieron desnaturalizarnos.

Ya no podremos olvidar esta Eurocopa, porque en ella recuperamos la cartera que nos ha­bían birlado. Vendrán los pelmazos y los politiqui­llos a enfriar el calor de nuestros abrazos con sus cataplasmas de frías entelequias. Pero donde hu­bo llama siempre quedará rescoldo; y la vocación natural del rescoldo es volver a llamear. Bastará con que vengan más goles de España; y, a su calor, nos volveremos a dar abrazos, que es la forma más jubilosa y arrebatada, más natural y tranquila, de ser españoles. Y, además, en el abrazo, siempre se pilla cacho.

JUAN MANUEL DE PRADA

Escritor

viernes, 27 de junio de 2008

DON LUIS CENCILLO HA FALLECIDO























Anteayer, día 25 de Junio de 2008, falleció en el Hispital de San Rafael, de Madrid, Don Luis Cencillo.
Fernando Sánchez Dragó en su programa "Las Noches Blancas" le entrevistó tres veces. La primera en compañía de otros autores. Las otras dos veces fueron entrevistas personales a D. Luis Cencillo examinando parte de su gran obra. Tuve oportunidad de entregar personalmente a Don Luis Cencillo DVD de las tres entrevistas, en la parroquia de San Juan de Ribera, donde presidia la Eucaristia de los sábados por la tarde. Era jesuita, retirado de la Compañía, pero ejerciendo como sacerdote.
Expongo a continuacion el principio de su semblanza que figura en Wikipedia y a continuacion dos articulos in memoria.
Descanse en paz.

Luis Cencillo

De Wikipedia, la enciclopedia libre





Luis Cencillo ( * Madrid, 1923- ) es un filósofo, antropólogo, filólogo y psicólogo español. Es autor de varias decenas de ensayos. En la actualidad practica la psicoterapia en la Fundación Cencillo de Pineda junto a otros psicólogos.


Luis Cencillo Ramírez (Madrid, 1923) es el fundador y presidente de la Fundación Cencillo de Pineda.

Es Doctor en Filología Clásica, licenciado en Filosofía, Derecho y Teología, y diplomado en Psicología.

Fue alumno de Max Müller, Heidegger, Rahner y Erich Wolff y oyente de Jaspers en Basilea.

Como docente, fue Lektor de español en Innsbruck (1956/57), Profesor Contratado en las Universidades de Freiburg (1957/58), Munich (1958/59), Bonn (1959/66), Dozent de Teoría del Conocimiento en la Universidad Popular de Colonia (1964), Titular en Valladolid (Fundamentos de Filosofía, 1966/67), Agregado de Historia de los Sistemas (UCM, 1967-1973), Agregado de Antropología General (UCM, 1973-1977), Catedrático de Antropología (Salamanca, Fac. civil, 1977, y Decanato de Psicología, jubilándose en 1988).

Tras su jubilación, impartió un curso de Filosofía en Córdoba de Argentina (1993), y un curso de Psicoterapia en la universidad de El Salvador de Buenos Aires (1994), ha sido profesor de Factores Psicológicos de la Sexualidad en INCISEX (1990-1995) y profesor de Psicología de las Religiones en el Master de Ciencias de las Religiones de la Universidad Pontificia de Comillas (1990-96).Practica la Psicoterapia desde 1973.

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Su aporte a las Ciencias Humanas [editar]

El profesor Cencillo ha realizado contribuciones a la Filosofía y dentro de ésta a la Ontología, la Antropología filosófica, la Gnoseología, la Filosofía de la ciencia, la Filosofía del lenguaje, la Ética, la Estética y la Filosofía de la cultura. También a la Antropología cultural, al estudio de los mitos, a la Historia de las religiones, a la Psicología (de la personalidad, de la motivación, de la cognición, de los sueños, del envejecer), a la Psicopatología, a la Psicoterapia, a la Sexología, a la Teoría de la comunicación, a la investigación sobre la mística y a la Teología.

En memoria de Luis Cencillo

Luis Cencillo, además de minente psicólogo -entre otras muchas cosas- seguía siendo sacerdote (celebró hasta hace poco tiempo -hasta que sus achaques se lo impidieron- la misa del sábado por la tarde en la Parroquia de San Juan de Ribera de Madrid). Javier Esteban glosa su figura.

"El olvido en el que murió y hasta cierto punto vivió el profesor Luis Cencillo (Madrid 1923) es todo un síntoma del malestar de la cultura española, de su dependencia de camarillas y sectas universitarias, y del desinterés general por el saber en nuestra sociedad. En cualquier país europeo Luis Cencillo tendría un equivalente al Cervantes y funerales casi oficiales, pero aquí no tendrá ni una esquela. Éste fue su sino.

El saber humanista de Luis Cencillo era impresionante, y ello impregna su extensa obra de un carácter panorámico e interdisciplinario único. Además de un brillante e incansable investigador, Luis Cencillo fue doctor en Filología Clásica, licenciado en Filosofía, Derecho y Teología, Antropólogo y diplomado en Psicología. Luis se formó con gentes como Max Müller, Martin Heidegger, Rahner, Erich Wolff y Jaspers.

Después de pasarse media vida aprendiendo, Luis Cencillo abandonó la Compañía de Jesús al negársele la posibilidad de impartir docencia “por tener ideas peligrosas”. Gracias a ello, fue profesor en Innsbruck, Freiburg, Munich, Bonn, Colonia, Valladolid (Fundamentos de Filosofía), Madrid Complutense (Historia de los Sistemas y Antropología General) y, finalmente, Catedrático de Antropología (Salamanca).

Al volver a España en los sesenta de su exilio cultural, Luis Cencillo encontró un ambiente “rancio y beatorro”, lo que dificultó su carrera, que luego chocaría con “el positivismo” imperante en las escuelas de antropología y psicología. Inclasificado e inclasificable, Luis Cencillo no dejó de pensar, debatir y trabajar hasta el día de su muerte. Despreció a su clase social burguesa y se consideró, además de un investigador dedicado, un cristiano “con chándal”, de “los que quieren amar al prójimo”. Demasiado insolente para la Academia y para la Jerarquía.

Pese al aislamiento al que fue sometido por su condición de pensador sin escuela, pocos españoles han gozado de su creatividad. Entre sus más de cien obras catalogadas (muchas veces necesariamente autoeditadas) se encuentran verdaderas joyas de la antropología, como su estudio sobre el desfondamienro del ser humano o su magistral obra de interpretación de los sueños. El profesor Cencillo realizó contribuciones a la Ontología, la Antropología filosófica, la Gnoseología, la Filosofía de la ciencia, la Filosofía del lenguaje, la Ética, la Estética y la Filosofía de la cultura. Destacan sus estudios y publicaciones en Antropología cultural, estudio de los mitos, Historia de las religiones, Psicología, Psicopatología, Psicoterapia, Sexología, Teoría de la comunicación, investigación sobre la mística y Teología. Luis Cencillo pensaba en alemán, pero podía conversar en sáncrito o griego clásico, además de conocer casi todas las lenguas occidentales.

Cencillo fue un peatón cristiano que no dejó de denunciar en sus homilías y libros la naturaleza injusta y opresora de la sociedad y la siniestra alianza de las jerarquías con los poderosos, lo que también le privó del paraguas cultural católico. En Friburgo compartió banco de universidad con Ratzinger, al que irónicamente se refería como “el marmolillo”.

Su interpretación y estudio de los evangelios merece un capítulo aparte. El gran esfuerzo de su obra fue intentar un estudio riguroso y metodológicamente científico desde el humanismo interdisciplinario. Luis solía bromear diciendo que si los sueños se pesaran o midieran como los mocos, siendo como son reveladores de mucho más que aquellos, los positivistas le habrían dado el Nobel. Pero tal y como soñó a los cuatro años, nunca recibió en vida premio o reconocimiento, sino polémica y dificultades. Pasó los últimos años impartiendo terapia a gentes necesitadas, de manera altruista. La Fundación que presidió y a la que donó sus bienes, es ahora la encargada de intentar sacarlo del olvido. Luis Cencillo tuvo, en sus propias palabras, una vida contra viento y marea. Descanse en paz.

Javier Esteban


Fallece Luis Cencillo


jueves, 26 de junio de 2008

Filósofo, antropólogo, y psicólogo, el profesor falleció en la tarde ayer en el Hospital de San Rafael, de los Hermanos de San Juan de Dios, de Madrid.

El profesor Luis Cencillo, filósofo, antropólogo, y psicólogo, falleció en la tarde ayer en el Hospital de San Rafael, de los Hermanos de San Juan de Dios, de Madrid, según ha informado hoy la Fundación que Cencillo presidía.

Luis Cencillo Ramírez de Pineda, nacido en Madrid el 12 de enero de 1923, era Doctor en Filología Clásica (1955), licenciado en Filosofía, Derecho (1954) y Teología (1957), y diplomado en Psicología por la Universidad de Friburgo (Alemania), donde además impartió clases de Filosofía Española.

Fue alumno de Max Müller, Heidegger, Rahner y Erich Wolff y oyente de Jaspers en Basilea (Suiza). Entre 1958 y 1966 impartió clases en las universidades alemanas de Bonn, Munich y en la Universidad Popular de Colonia.

Este último año regresó a España como adjunto titular en la Universidad de Valladolid y al año siguiente fue nombrado agregado de Historia de los Sistemas Filosóficos en la Universidad Complutense.

En 1977 se incorporó a la cátedra de Deontología de la Universidad de Salamanca y un año después accedió al Decanato de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de esta institución, donde permaneció dos años.

Desde 1985 presidía la Fundación Cencillo de Pineda en Madrid para el fomento de la Antropología y la Psicología. En 1988 se jubiló y desde entonces continuó impartiendo cursos y conferencias como profesor de Factores Psicológicos de la Sexualidad en INCISEX (1990-1995) y de Psicología de las Religiones en el Master de Ciencias de las Religiones de la Universidad Pontificia de Comillas (1990-96).

El profesor Cencillo realizó contribuciones a la filosofía y a la antropología cultural, en concreto al estudio de los mitos y la historia de las religiones.

Con más de 50 publicaciones, de su primera etapa sobresalen obras como "Tratado de las Realidades", "Dialéctica del Concreto Humano" y "El hombre, Sexo, Comunicación y Símbolo".

Más recientemente había publicado "Cómo no hacer el tonto por la vida" (2000), "La creatividad, arte y tiempo" (2000), "Lo que Freud no llegó a ver" (2002) y "Guía de Perdedores" (2002).

No cabe duda, hemos perdido un sabio ... desconocido.

VETTONIA























En "La Voz de Miróbriga", semanario de mi ciudad natal, se ha publicado el breve artículo que reproducimos a continuación, en el que se exponen opiniones sobre la posible ubicación de Vettonia en las proximidades de Fuenteguinaldo.

La Vettonia oculta

Los vettones, pueblo de ori­gen celta, desde el siglo IV antes de Cristo hasta el siglo I de nues­tra Era, ocuparon y se estable­cieron sobre las tierras de la Meseta Central, habitando espe­cialmente las sierras occidenta­les del Sistema Central, Gredos, Peña de Francia y Gata, exten­diéndose en dirección Norte, hasta los cursos de los ríos Tormes y Duero, por la penillanura que comprenden, entre otras, las tierras del hoy término municipal de Fuenteguinaldo. Al área controlada por este pueblo celta se le deno­minó la Vettonia y sus fronte­ras limitaban con los vacceos y galaicos bracarenses, con los carpetanos, eburones, germanos, célticos y lusitanos.

El Castro de Irueña, situado a 5,5 kilómetros del casco urba­no de Fuenteguinaldo, es en la actualidad un tesoro histórico, al que solo unos pocos tienen acceso. Por una parte la nula accesibilidad del terreno hace que, para llegar, la única manera posible sea acompañado por una persona que sepa la localización exacta del lugar, y, además, una vez en el Castrot también hay que estar acompañado por un experto, ya que, al no estar la zona desbrozada ni preparada, lo único que apreciará el ojo inexperto son unas cuantas piedras diseminadas.

Los vesti­gios que en la actualidad se contemplan, son los de un castro de la Edad de Hierro, que probablemente se convirtió después en una importante ciudad romana. Posiblemente la vida de la ciudad de Irueña se prolongó has­ta finales de la Edad Media, se­gún algunos investigadores, las dimensiones que alcanzó serían muy similares a las de la ciudad de Ávila.


miércoles, 25 de junio de 2008

MANIFIESTO POR UNA LENGUA COMUN


















'Manifiesto por una lengua común' Documento presentado en el Ateneo de Madrid

ELPAÍS.com - Madrid

ELPAIS.com - España - 23-06-2008

Desde hace algunos años hay crecientes razones para preocuparse en nuestro país por la situación institucional de la lengua castellana, la única lengua juntamente oficial y común de todos los ciudadanos españoles. Desde luego, no se trata de una desazón meramente cultural -nuestro idioma goza de una pujanza envidiable y creciente en el mundo entero, sólo superada por el chino y el inglés- sino de una inquietud estrictamente política: se refiere a su papel como lengua principal de comunicación democrática en este país, así como de los derechos educativos y cívicos de quienes la tienen como lengua materna o la eligen con todo derecho como vehículo preferente de expresión, comprensión y comunicación.

Como punto de partida, establezcamos una serie de premisas:

1. Todas las lenguas oficiales en el Estado son igualmente españolas y merecedoras de protección institucional como patrimonio compartido, pero sólo una de ellas es común a todos, oficial en todo el territorio nacional y por tanto sólo una de ellas -el castellano- goza del deber constitucional de ser conocida y de la presunción consecuente de que todos la conocen. Es decir, hay una asimetría entre las lenguas españolas oficiales, lo cual no implica injusticia (?) de ningún tipo porque en España hay diversas realidades culturales pero sólo una de ellas es universalmente oficial en nuestro Estado democrático. Y contar con una lengua política común es una enorme riqueza para la democracia, aún más si se trata de una lengua de tanto arraigo histórico en todo el país y de tanta vigencia en el mundo entero como el castellano.

2. Son los ciudadanos quienes tienen derechos lingüísticos, no los territorios ni mucho menos las lenguas mismas. O sea: los ciudadanos que hablan cualquiera de las lenguas cooficiales tienen derecho a recibir educación y ser atendidos por la administración en ella, pero las lenguas no tienen el derecho de conseguir coactivamente hablantes ni a imponerse como prioritarias en educación, información, rotulación, instituciones, etc... en detrimento del castellano (y mucho menos se puede llamar a semejante atropello «normalización lingüística»).

3. En las comunidades bilingües es un deseo encomiable aspirar a que todos los ciudadanos lleguen a conocer bien la lengua cooficial, junto a la obligación de conocer la común del país (que también es la común dentro de esa comunidad, no lo olvidemos). Pero tal aspiración puede ser solamente estimulada, no impuesta. Es lógico suponer que siempre habrá muchos ciudadanos que prefieran desarrollar su vida cotidiana y profesional en castellano, conociendo sólo de la lengua autonómica lo suficiente para convivir cortésmente con los demás y disfrutar en lo posible de las manifestaciones culturales en ella. Que ciertas autoridades autonómicas anhelen como ideal lograr un máximo techo competencial bilingüe no justifica decretar la lengua autonómica como vehículo exclusivo ni primordial de educación o de relaciones con la Administración pública. Conviene recordar que este tipo de imposiciones abusivas daña especialmente las posibilidades laborales o sociales de los más desfavorecidos, recortando sus alternativas y su movilidad.

4. Ciertamente, el artículo tercero, apartado 3, de la Constitución establece que «las distintas modalidades lingüísticas de España son un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Nada cabe objetar a esta disposición tan generosa como justa, proclamada para acabar con las prohibiciones y restricciones que padecían esas lenguas. Cumplido sobradamente hoy tal objetivo, sería un fraude constitucional y una auténtica felonía utilizar tal artículo para justificar la discriminación, marginación o minusvaloración de los ciudadanos monolingües en castellano en alguna de las formas antes indicadas.

Por consiguiente los abajo firmantes solicitamos del Parlamento español una normativa legal del rango adecuado (que en su caso puede exigir una modificación constitucional y de algunos estatutos autonómicos) para fijar inequívocamente los siguientes puntos:

1. La lengua castellana es COMUN Y OFICIAL a todo el territorio nacional, siendo la única cuya comprensión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles.

2. Todos los ciudadanos que lo deseen tienen DERECHO A SER EDUCADOS en lengua castellana, sea cual fuere su lengua materna. Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grados de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva. En cualquier caso, siempre debe quedar garantizado a todos los alumnos el conocimiento final de la lengua común.

3. En las autonomías bilingües, cualquier ciudadano español tiene derecho a ser ATENDIDO INSTITUCIONALMENTE EN LAS DOS LENGUAS OFICIALES. Lo cual implica que en los centros oficiales habrá siempre personal capacitado para ello, no que todo funcionario deba tener tal capacitación. En locales y negocios públicos no oficiales, la relación con la clientela en una o ambas lenguas será discrecional.

4. LA ROTULACION DE LOS EDIFICIOS OFICIALES Y DE LAS VIAS PUBLICAS, las comunicaciones administrativas, la información a la ciudadanía, etc... en dichas comunidades (o en sus zonas calificadas de bilingües) es recomendable que sean bilingües pero en todo caso nunca podrán expresarse únicamente en la lengua autonómica.

5. LOS REPRESENTANTES POLITICOS, tanto de la administración central como de las autonómicas, utilizarán habitualmente en sus funciones institucionales de alcance estatal la lengua castellana lo mismo dentro de España que en el extranjero, salvo en determinadas ocasiones características. En los parlamentos autonómicos bilingües podrán emplear indistintamente, como es natural, cualquiera de las dos lenguas oficiales.

Firmado por Mario Vargas Llosa, José Antonio Marina, Aurelio Arteta, Félix de Azúa, Albert Boadella, Carlos Castilla del Pino, Luis Alberto de Cuenca, Arcadi Espada, Alberto González Troyano, Antonio Lastra, Carmen Iglesias, Carlos Martínez Gorriarán, José Luis Pardo, Alvaro Pombo, Ramón Rodríguez, José Mª Ruiz Soroa, Fernando Savater y Fernando Sosa Wagner.




> Ver versión con más información relacionada

TEATRO GRECOLATINO




Teatro romano de

Segóbriga (Cuenca)

Con motivo de Segóbriga 2008

Don Francisco Rodriguez Adrados

publica en la Tercera de ABC el

siguiente artículo



SEGÓBRIGA 2008

... Falta en España una Compañía Nacional de Teatro Grecolatino, con todo lo que lleva anejo de formación de actores y de colaboración con los estudiosos de ese teatro. Algo así como el Instituto del Drama Antiguo que ha funcionado tantos años en Siracusa. Lo he propuestos muchas veces...

VUELVO a las andadas, al teatro griego y la­tino y a sus representaciones en España, un tema del que desde hace un tiempo ya largo yo escribía en este periódico. Y lo hago de la mano del Festival de Segóbriga, que era uno de mis temas.

Porque este año su Festival cumple veinticin­co años, un aniversario que ha llegado sin hacer­se notar. Docenas de piezas teatrales griegas y la­tinas, en versiones mínimamente retocadas, han pasado entre tanto por el viejo escenario de tiem­pos de Vespasiano y Antonino, ante cien mil alumnos de enseñanza secundaria cada año. Les ganaban para sí las viejas obras, burlando los pre­juicios de quienes creen preciso retocarlas al máximo en nombre de una modernidad que no ne­cesitan, porque son modernas.

¿Cómo no van a ser modernos el conflicto, el amor, la risa, la justicia, la venganza, hasta la bar­barie? Con un poco de tino de los autores de los tex­tos y de los directores puede lograrse que el anti­guo ambiente, las antiguas circunstancias, sean «traducidas» por el público juvenil, traídas a lo per­manente. Porque algo hay que dejarle al público: si se suprime el envoltorio local y temporal, se banali-za el fondo de poesía y pensamiento unido a él.

Este año Segóbriga y su Festival han salido una vez más al aire cortante, a la lluvia a veces (el público bajo los paraguas), de la antigua Segóbri­ga de celtas y romanos, no lejos de Madrid. La han visitado, desde el 22 de abril, los viejos pero tam­bién jóvenes trágicos, los viejos pero también jóve­nes cómicos. S"e cerrará el Festival el día 27, con un acto en honor de quienes más se han distingui­do dirigiendo grupos y representaciones.

Hermoso páramo Segóbriga, desde cuyas gra­das se pueden ver, a veces, los rebaños de ove­jas, oír sus esquilas. Ya ven, es la «ciudad de la vic­toria», de seg «victoria», también en Segovia, Sigüenza, Sisamón. La ciudad celtíbera romaniza­da desde el siglo II antes de Cristo, citada en los textos que hablan de Viriato y Sertorio, urbaniza­da por el romano, provista por él de un teatro para 2.000 espectadores, de anfiteatro y termas. Sede luego del Cristianismo (tuvo un obispado): una er­mita en lo más alto es testigo del culto cristiano, en un comienzo, sin duda, en una casa particular.

Y ahora Segóbriga resuena con las voces de los más ilustres testigos de la reflexión griega y roma­na sobre la vida misma. Voces que saltan por enci­ma de reformas educativas nada humanísticas y son escuchadas por nuestros jóvenes.

Han venido a visitarnos esta primavera Sófo­cles con su «Antígona», Eurípides con «Hipólito», «Bacantes», «Medea», «El Cíclope» e «Ingenia en Aulide»-«Aristófanes» con «Lisístrata» y «Las Nubes», Plauto con «Casina», «Aulularia» y «Los gemelos». Se han añadido teatralizaciones de «El asno de oro» y las «Fábulas» de Esopo. Y ello de la mano de directores y actores que son profesores y alumnos de Institutos de la totalidad de España. Y de la mano, en definitiva, del Instituto de Tea­tro Grecolatino de Segóbriga y de su director Aurelio Bermejo, que desde el comienzo hasta ahora sigue al pie de la obra que fundó.

Creo que este éxito nos da la razón a los que, tras un estudio sin improvisaciones, del teatro grecolatino, que es nuestro teatro, hemos aposta­do por sus valores y sus esencias, unidas a hechos formales. ¡Que no quiten los coros! ¡Que no mez­clen las'obras! ¡Que no corten los parlamentos! ¡Que no añadan vestiduras ni ideologías a la mo­da! La función del traductor-adaptador y la del di­rector de escena es traer la obra al público, que es­te la siga, sufra o ría con ella. No poner su ego en el centro de la escena. No es un creador, es un re­creador, un transmisor.

El teatro griego y sus ecos modernos están uni­dos a mi vida, me traen inevitables recuerdos. Y no sólo de debates sobre el viejo tema de «¿qué es la tra­gedia?», que hay que contestar desde los textos mis­mos y no desde Aristóteles o Wilamowitz u otros teóricos. Ni sólo de debates sobre cómo deben ha­cerse las representaciones, debates que yo soste­nía en Delfos, Siracusa, Mérida y otros lugares.

También me vienen recuerdos de cuando yo po­nía en escena, por toda España, con estudian­tes, a Edipo, Hipólito, Agamenón, Lisístrata y otros nombres entrañables. Esa experiencia es la que me llevó, en compañía con Martín Almagro, ex­cavador de Segóbriga, a buscar ayudas para crear un festival como este. No tuvimos éxito, nos queda­mos en precursores. El éxito lo tuvo Bermejo.

En fin, no es este el lugar para una discusión teó­rica. Pero experiencias como la de Segóbriga (y esas mías a que apunto, y otras varias del grupo de «los profesores», como nos llaman un tanto despec­tivamente) hacen ver que una puesta en escena, fiel en lo que cabe, del teatro antiguo es posible, atrae, se gana al público. Sin necesidad de saltos en el vacío. Por supuesto, Antígona, Electra, Orestes y los demás están ahí para quienes quieran hacer teatro propio. Pero es penoso que se abuse tanto de ellos en puestas en escena que pueden unir actores excelentes a textos mistificados.

Han hecho un daño inmenso a Mérida. Recuer­do cuando mi «Hipólito» me lo destrozaron allí un revisor que me impusieron y un director de los con­sagrados. Pero esto es una anécdota. Lo peor es que las deformaciones pretenciosas de las obras anti­guas, aunque a veces, ya digo, con actores y directo­res excelentes, se han hecho habituales. Yo ya no voy a verlas, sufro demasiado.

Segóbriga es una racha de aire fresco, una re­creación, en la medida en que es posible. Aunque los actores puedan ser a veces inexpertos, aunque los directores se hayan formado sobre la marcha. Cosa excelente, por lo demás. Pero más excelente es, si cabe, partir del conocimiento, no de una im­provisación cuando surge, en el azar de las cosas, una simple oportunidad. Y también se da que un director excelente, cuando por la razón que sea ha dirigido una «Orestíada», «descubra» su senti­do —que ya conocían tantos estudiosos. Claro que mejor así.

El gran problema es, como he escrito muchas ve­ces, que falta en España una Compañía Nacional de Teatro Grecolatino, con todo lo que lleva anejo de formación de actores y de colaboración con los estudiosos de ese teatro. Algo así como el Instituto del Drama Antiguo que ha funcionado tantos años en Siracusa. Lo he propuestos muchas veces.

Entre tanto, aparte de un acierto aquí o allá en teatros comerciales, tenemos las representa­ciones estudiantiles. Las más destacadas son es­tas de Segóbriga, que han incorporado a veces grupos de varios países de Europa y han produci­do, en España, retoños vigorosos. Porque hoy hay representaciones como estas en teatros romanos en Tarragona, Sagunto, Clunia, Itálica y otros más. Pero no solo aquí, también en teatros moder­nos en Pamplona, Córdoba, Palma de Mallorca y otras ciudades. Y todo ello unido a la difusión de traducciones de los textos antiguos y a otras acti­vidades más.

El movimiento estudiantil hacia el teatro anti­guo es amplio. Y no sólo el derivado de Segóbriga.

En este aniversario no hay sino desear la conti­nuidad y mejora del Festival de Segóbriga. Es algo que está en marcha y que cuenta con ayudas de los Ministerios de Educación y Cultura, del INAEM, de la Autonomía de Castilla-La Mancha, de insti­tuciones de Cuenca. Y se ha creado un Parque Ar­queológico. Pero no deja de tener problemas: insta­laciones deficientes, intentos de reducir las repre­sentaciones por riesgos para el propio edificio tea­tral. El éxito trae problemas, pero todo esto tiene solución.

Porque Segóbriga y su Festival se lo merecen. Es una empresa verdaderamente cultural y viva. Conviene que se sepa.

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS

de las Reales Academias Española y de la Historia