Crónicas desde Pekín
28 de Abril de 2008 | Ana Fuentes
Un hijo con multa
Su hermano es adoptado, pero no lo sabe. Yi Ju, que se ha cambiado el nombre para contarme esta historia, tiene 28 años. Hace 22 vio como su padre traía un crío a casa envuelto en un trapo. Lo había encontrado entre matorrales. "Tenía la piel muy oscura, estaba lleno de porquería y los mofletes se le juntaban con los ojos de tanto llorar", cuenta. Por entonces, ella y sus padres vivían en Mongolia Interior, una de las llamadas regiones autónomas de China. Allí fueron enviados por el Partido Comunista chino a finales de la Revolución Cultural (1969-1976) con la misión de poblar ciudades en las que sobraba espacio y faltaba vida.
La madre de Ju siempre había querido tener más hijos, pero el Partido no se lo permitía. Aquel bebé entre matojos le conmovió y decidió adoptarlo. Sólo había un problema, dijeron las autoridades locales: aunque todo el mundo sabía que no había estado embarazada, otro niño contravenía la norma. Así que tenía que pagar por ese hijo. "Le dijeron claramente: o pagas la multa o te quedas sin trabajo", cuenta Ju. "Mis padres lo pasaron muy mal, ya se habían encariñado con el niño, pero tampoco les sobraba el dinero".
Han pasado más de 20 años y los cuatro viven en Pekín. El crío de los mofletes mide hoy un metro ochenta y no se cuestiona su origen. Sólo una vez, de muy pequeño, vio un certificado con su nombre, el del pago por segundo hijo, pero por entonces apenas sabía leer caracteres y sus padres pudieron salir del paso. La familia y amigos íntimos han guardado el secreto durante todo este tiempo. El resto sólo ve una familia privilegiada que pudo pagar por dar a luz dos hijos.
22 de Abril de 2008 | Ana Fuentes
Dos correos
He recibido dos correos con 30 segundos de diferencia: uno, de una compañera china, con un enlace a la página antiCNN. El otro, de una española con la lista de restricciones del Gobierno chino para conseguir visados. La china dice: "Menuda vergüenza, seguro que esto no os lo cuentan a vosotros". La española: "Tened cuidado, que la cosa se está calentando".
Estos dos mensajes no hacen más que titular lo que se vive aquí desde hace cinco semanas, cuando empezaron los problemas en Tíbet y otras provincias colindantes. China, molesta con la cobertura de los medios occidentales, protestó a través de los propios. Los diarios aseguraban que había una campaña para desacreditar a los chinos. En los foros de Internet se azuzaba a los ciudadanos en contra de la CNN (la BBC fue criticada los primeros días, después misteriosamente fue absuelta). Algunos periodistas extranjeros recibieron amenazas con detalles explícitos sobre familiares y el Club de Corresponsales Extranjeros de la capital pedía extremar el cuidado. Un periodista español me cuenta que su traductora se ha planteado dejar de trabajar para él "después de lo que ha hecho la CNN". A todo esto, ella no puede ver CNN en su casa porque está censurada.
Pero luego pasó la llama olímpica por Londres y París. Según los medios chinos, triunfal. Según los occidentales, renqueante. Y de la literatura se pasó al Boletín oficial: el Ministerio de Exteriores chino publicó el otro día que los extranjeros no pueden conseguir visados en Hong Kong (a donde va todo el mundo a renovarlo). En los consulados chinos de Madrid y Barcelona han aumentado los requisitos: para viajar a China como turista, hay llevar el billete de ida y vuelta y la reserva del hotel. Si visita a un familiar, un documento que acredite el parentesco. Los empresarios no consiguen el visado multientrada y la preocupación aumenta.
Las agencias de Pekín, que tramitan visados sin tener que salir del país, están devolviendo directamente los pasaportes a británicos y franceses. "No se moleste, que no se lo vamos a hacer, son las órdenes", le explicaron en ventanilla a un amigo británico. En la entrada de muchas urbanizaciones, la policía controla entradas y salidas. Cada vez que uno llega a China tiene 24 horas para registrarse en la comisaría más cercana a su casa -esto ya ocurría el año pasado, pero ahora se amenaza con la deportación a quien no lo cumpla-.
Mientras, cada cual trata de cerrar un tema que ya resulta bastante incómodo. La CNN, que ya se disculpó en su día por las críticas de uno de sus comentaristas, ha hecho pública su versión de los hechos. Dos días después de que se anunciase por Internet un boicot contra marcas francesas con Carrefour y Louis Vuitton como chivo expiatorio, y de que varios jóvenes se manifestaran delante de la Embajada francesa en Pekín y del Liceo francés, el embajador de Francia en China declaró que le encantaría conocer a Jin Jing, la atleta china paralímpica a la que un activista casi le arranca la llama de las manos en París. Atleta que, por cierto, ha sido entrevistada en la mayoría de los medios chinos, y apodada "el ángel sonriente". Muchos chinos y extranjeros han colocado junto a su nick del Messenger un: "quiero a China".
También ha habido gestos oficiales. El Gobierno, que en este asunto sí está permitiendo las manifestaciones, ha realizado un llamamiento desde el Diario del Pueblo (órgano oficial del PCCh): "Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de expresar nuestro entusiasmo patriótico con tranquilidad y de manera racional y expresar nuestras aspiraciones patrióticas de forma legal y ordenada. El pueblo chino debe mostrar tranquilidad, sabiduría y unidad al mismo tiempo que se complica la situación internacional".
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