jueves, 28 de agosto de 2008

MIELOMA. MEJORA SUSTANCIAL EN SU TRATAMIENTO











En la Universidad española de Salamanca se ha conseguido un tratamiento sustancial del mieloma.


Jueves, 28 de agosto de 2008.

Un cóctel de tres medicamentos permite mejorar sustancialmente el tratamiento del mieloma

Al añadir el Bortezomib al tratamiento habitual se ha rebajado en un 52% el riesgo de progresión de la enfermedad y en un 40% por ciento el riesgo de muerte

  • Salamanca |

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El Centro del Cáncer de La Universidad española de Salamanca presentó hoy un nuevo tratamiento contra el mieloma, basado en la combinación de tres medicamentos, para los pacientes de nuevo diagnóstico de más de 65 años que hasta ahora sólo podían tratarse con quimioterapia.

Bortezomib, Melfalan y Prednisona son los fármacos indicados para el tratamiento de este tipo de cáncer, que afecta al crecimiento de las células de la médula ósea productoras de proteínas de diversa naturaleza.

Visto bueno de Europa

Los resultados del estudio, coordinado por el investigador español Jesús San Miguel, del Centro de Investigación del Cáncer y jefe del servicio de Hematología del Hospital Universitario de Salamanca, han llevado a la aprobación del uso del Bortezomib para enfermos con mieloma por parte de la Food and Drug Administration (FDA).

La European Medicines Agency (EMEA) también ha dado su opinión positiva. San Miguel aseguró que la aplicación de este nuevo tratamiento "constituye una notable esperanza para los pacientes con mieloma".

"Confiamos en que, gracias a estos nuevos fármacos, podamos seguir prolongando la supervivencia del mieloma para cronificar la enfermedad", señaló el científico.

Avances contínuos

Según la investigación, la aplicación del Bortezomib más Melfalan y Prednisona ha conseguido una mayor tasa de remisiones completas del mieloma y una significativa prolongación en la supervivencia con respecto al tratamiento clásico.

Estos resultados convierten la combinación de los tres medicamentos en un nuevo estándar de procedimiento para los enfermos con mieloma de nuevo diagnóstico, que no son candidatos a trasplante.

El estudio, publicado hoy en el New England Journal of Medicine, presenta los resultados de un ensayo randomizado que ha implicado a 151 hospitales de 22 países de Europa, América, Asia y Oceanía y en el que han participado 682 pacientes. Hasta la fecha, el tratamiento estándar para estos enfermos era quimioterapia con Melfalán y Prednisona.

Sin embargo, al añadir el Bortezomib al tratamiento, se ha rebajado en un 52 por ciento el riesgo de progresión de la enfermedad, a lo que hay que añadir una reducción del 40 por ciento en el riesgo de muerte y un aumento del tiempo que transcurre desde que se finaliza el tratamiento hasta recibir uno nuevo.

En este sentido, mientras que a los dos años el 57 por ciento de los enfermos tratados con Melfalán-Prednisona ya han requerido una segunda línea de tratamiento, sólo el 35 por ciento de los enfermos tratados con esta nueva combinación de medicamentos tuvieron que volver a ser tratados en ese plazo de tiempo.

Además, San Miguel explicó que el tiempo que transcurre entre que el enfermo es diagnosticado y la enfermedad ha pasado con el nuevo tratamiento de 16 meses a 24, lo que equivale a "una reducción del 40 por ciento en el riesgo de muerte".

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lunes, 25 de agosto de 2008

MI PROPIO MANIFIESTO (i)










Artículo de Arturo Pérez - Reverte en XLSemanal, sobre la lengua común:

Mi propio manifiesto (I)


A ciertos amigos les ha extrañado que el arriba firmante, que presume de cazar solo, se adhiriese al Manifiesto de la Lengua Común. Y no me sorprende. Nunca antes firmé manifiesto alguno. Cuando leí éste por primera vez, ya publicado, ni siquiera me satisfizo cómo estaba escrito. Pero era el que había, y yo estaba de acuerdo en lo sustancial. Así que mandé mi firma. Otros lo hicieron, y ha sido instructivo comprobar cómo en la movida posterior algún ilustre se ha retractado de modo más bien rastrero. Ése no es mi caso: sostengo lo que firmé. No porque estime que el manifiesto consiga nada, claro. Lo hice porque lo creí mi obligación. Por fastidiar, más que nada. Y en eso sigo.

No es verdad que en España corra peligro la lengua castellana, conocida como español en todo el mundo. Al contrario. En el País Vasco, Galicia y Cataluña, la gente se relaciona con normalidad en dos idiomas. Basta con observar lo que los libreros de allí, nacionalistas o no, tienen en los escaparates. O viajar por los Estados Unidos con las orejas limpias. El español, lengua potente, se come el mundo sin pelar. Quien no lo domine, allá él. No sólo pierde una herramienta admirable, sino también cuanto ese idioma dejó en la memoria escrita de la Humanidad. Reducirlo todo a mero símbolo de imposición nacional sobre lenguas minoritarias es hacer excesivo honor al nacionalismo extremo español, tan analfabeto como el autonómico. Esta lengua es universal, enorme, generosa, compartida por razas diversas mucho más allá de las catetas reducciones chauvinistas.

La cuestión es otra. Firmé porque estoy harto de cagaditas de rata en el arroz. Detesto cualquier nacionalismo radical: lo mismo el de arriba España que el de viva mi pueblo y su patrona. Durante toda mi vida he viajado y leído libros. También vi llenarse muchas fosas comunes a causa del fanatismo, la incultura y la ruindad. En mis novelas históricas intento siempre, con humor o amargura, devolver las cosas a su sitio y centrarme donde debo: en el torpe, cruel y desconcertado ser humano. Pero hay un nacionalismo en el que milito sin complejos: el de la lengua que comparto, no sólo con los españoles, sino con 450 millones de personas capaces, si se lo proponen, de leer el Quijote en su escritura original. Amo esa lengua-nación con pasión extrema. Cuando me hicieron académico de la RAE acepté batirme por ella cuando fuera necesario. Y eso hago ahora. Que se mueran los feos.

Quien afirme que el bilingüismo es normal en las autonomías españolas con lengua propia, miente por la gola. La calle es bilingüe, por supuesto. Ahí no hay problemas de convivencia, porque la gente no es imbécil ni malvada, ni tiene la poca vergüenza de nuestra clase política. La Administración, la Sanidad, la Educación, son otra cosa. En algunos lugares no se puede escolarizar a los niños también en lengua española. Ojo. No digo escolarizar sólo en lengua española, sino en un sistema equilibrado. Bilingüe. Ocurre, además, que todo ciudadano español necesita allí el idioma local para ejercer ciertos derechos sin exponerse a una multa, una desatención o un insulto. Métanse en una página de Internet de la Generalidad sin saber catalán, por ejemplo. De cumplirse el propósito nacionalista, quien dentro de un par de generaciones pretenda moverse en instancias oficiales por todo el territorio español, deberá apañárselas en cuatro idiomas como mínimo. Eso es un disparate. Según la Constitución, que está por encima de estatutos y de pasteleos, cualquier español tiene derecho a usar la lengua que desee, pero sólo está obligado a conocer una: el castellano. Lengua común por una razón práctica: en España la hablamos todos. Las otras, no. Son respetabilísimas, pero no comunes. Serán sólo locales, autonómicas o como queramos llamarlas, mientras los países o naciones que las hablan no consigan su independencia. Cuando eso ocurra, cualquier español tendrá la obligación, la necesidad y el gusto, supongo, de conocerlas si viaja o se instala allí. En el extranjero. Pero todavía no es el caso.

Y aquí me tienen. Desestabilizando la cohesión social. Fanático de la lengua del Imperio, ya saben. Tufillo franquista: esa palabra clave, vademécum de los golfos y los imbéciles. La puta España del amigo Rubianes. Etcétera. Así que hoy, con su permiso, yo también me cisco en las patrias grandes y en las chicas, en las lenguas –incluida la mía– y en las banderas, sean las que sean, cuando se usan como camuflaje de la poca vergüenza. Porque no es la lengua, naturalmente. Ése es el pretexto. De lo que se trata es de adoctrinar a las nuevas generaciones en la mezquindad de la parcelita. Léanse los libros de texto, maldita sea. Algunos incluso están en español. Lo que más revienta son dos cosas: que nos tomen por tontos, y la peña de golfos que, por simple toma y daca, les sigue la corriente. Pero de ellos hablaremos la semana que viene.


domingo, 24 de agosto de 2008

SOLO SÉ QUE SE LLAMABA AMALIA










Así termina el conmovedor artículo que Laura Campmany publicaba en el ABC de ayer "Desde mi buhardilla":

Amalia

LAURA CAMPMANY

Sábado, 23-08-08

Vuelo con mucha frecuencia. Cada vez que el avión de turno se dispone a despegar o a aterrizar, miro a mi hija, que suele sentarse a mi derecha, y me santiguo. Es un gesto instintivo, con el que le pido al Dios de las turbinas, que está hecho de recursos, disciplina y prudencia, que al menos ella llegue sana y salva a destino, y los demás, a ser posible, también. Sé que si ocurre algo sólo tendré unos segundos para lamentar haberla embarcado en ese viaje a ninguna parte, y para despedirme, en forma de fichero condensado, del precario escenario de la vida.

El avión de Spanair con destino a Canarias no consiguió elevarse hacia las nubes y cayó como un pájaro con las alas quebradas. Debió de hacerse entonces una noche muy negra, como de polvo y tinta, como de azufre y lágrimas. Habrá quien haya muerto sin pensarlo, como una mariposa en una hoguera, pero también hay casos que son, en un minuto, una historia de amor casi contada, como una suite francesa, como espléndidos soles, como una planta de naranja lima. Y otros casos tan tristes como el cuento que habla de un despertar y un dinosaurio.

Una pasajera, víctima del accidente, suplicó a un bombero que trataba de rescatarla que salvara primero a su hija. Antepuso, a sí misma, lo que seguramente más amaba. Cualquier mujer, supongo, haría lo mismo, pero hay algo tan hondo, tan ciego, tan antiguo, y tan conmovedor e inexplicable, en esa improvisada y radical permuta, que cuesta no creer que en las estrellas sí existen cinturones que nos salvan. A lo mejor ocurre que empezamos justamente donde otros se terminan. La niña aún está viva y su madre está muerta. Aunque he soñado haberla conocido, yo sólo sé que se llamaba Amalia.

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sábado, 23 de agosto de 2008

LA CHÁCHARA DE LOS IDÓLATRAS




Traemos el artículo que hoy publica en ABC Juan Manuel de Prada

La cháchara de los idólatras

JUAN MANUEL DE PRADA

Sábado, 23-08-08

VAMOS a intentar escribir unas líneas sobre el accidente aéreo de Barajas que se aparten un poco del asfixiante lugarcomunismo ambiental, que ya se nos sale por las orejas. Inevitablemente, serán palabras que suenen extrañas a nuestros contemporáneos; pero uno ya se ha librado de la degradante esclavitud de escribir para sus contemporáneos. Y esto no me lo tomen las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan como alarde de soberbia, sino como declaración resignada y humildísima.

Las sociedades idolátricas, a diferencia de las sociedades religiosas, no saben afrontar la muerte con naturalidad. Mientras el hombre está sano, la idolatría de la ciencia y el progreso le inspira ideas fatuas, haciéndole creer que es un semidiós; en cambio, cuando está enfermo y no tiene cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), al hombre se le dice que vale menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde al hombre sano se le repite que está hecho de barro y al hombre enfermo se le recuerda que su cuerpo maltrecho será semilla de resurrección. Pero las grandes mentiras de las sociedades idolátricas se muestran todavía más desnudas cuando la muerte acude sin avisar para segar vidas sanas a mansalva, como acaba de ocurrir en este accidente aéreo de Barajas. Ante un acontecimiento luctuoso de esta magnitud, ¿cómo habría reaccionado una sociedad religiosa? Pues habría reaccionado representando autos sacramentales en las calles donde se explicase el poder igualatorio de la muerte, que no respeta ni a los jóvenes, ni a los ricos, ni a los poderosos. Y, al acabar el auto sacramental, un sacerdote habría proclamado las palabras del Evangelio: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven ni roben». Y con esto la gente alcanzaría el consuelo, pues sabría que, si bien la muerte es un ladrón presto siempre a lanzar su zarpazo, hay un territorio donde ese ladrón no tiene jurisdicción, donde florece una vida nueva bajo el sol de la inmortalidad.

Y, frente a este consuelo religioso, ¿qué se nos ofrece en las sociedades idolátricas? Aquí, en lugar de autos sacramentales, tenemos telediarios y noticieros dándonos un tabarrón que no cesa, tratando de explicar cuál ha sido la causa del accidente: que si una avería en el motor, que si un fallo humano, que si patatín, que si patatán. Y, en lugar de un sacerdote que proclame el Evangelio, tenemos una patulea de politiquillos municipales, autonómicos y nacionales hormigueando por doquier, leyendo declaraciones institucionales de un lugarcomunismo grimoso, convocando minutines de silencio («padrenuestros de la nada», que dice mi admirado Ruiz Quintano; esto es: la oración autista y sordomuda de las sociedades que se han olvidado de rezar), prometiendo que tarde o temprano se determinarán responsabilidades, etcétera. Ni las reconstrucciones virtuales del accidente con que nos apedrean los telediarios ni las comparecencias de los politiquillos sirven para nada; pero unas y otras, repetidas machaconamente, dan una impresión de hiperactividad aturdidora que logra espantar del alma las grandes preguntas. Y de eso se trata, al fin y a la postre: pues, si la gente se formulara las grandes preguntas, inevitablemente concluiría que toda la filfa de progreso y bienestar que le han colado como sucedáneo idolátrico de la religión no vale una mierda. Concluiría, en fin, que aquel Paraíso terrenal que le vendieron los politiquillos sigue siendo el valle de lágrimas del que nos hablaba la religión; sólo que la idolatría del progreso, a cambio de un Paraíso terrenal fantasmagórico, nos arrebató la esperanza en el verdadero Paraíso, allá donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que roben. Y toda esa hiperactividad aturdidora que despliegan en estos días -tan retórica, tan archisabida, tan inútil- no es sino el aspaviento de los farsantes que se esfuerzan por mantener entretenida a la gente a la que previamente le han arrebatado el consuelo. Pues consuelo contra la muerte sólo puede traernos quien tiene palabras de vida eterna; lo que nos traen los idólatras es tan sólo cháchara para los telediarios.

www.juanmanueldeprada.com

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lunes, 18 de agosto de 2008

ALEX VILLOCH CARRION
























Emotiva carta abierta de la familia de Alex Villoch Carrión:

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Carta abierta al niño de la sonrisa más bonita

Amado Álex: Nos ha costado mucho decidir si escribíamos esta carta a los mismos medios de comunicación que hace apenas una semana se hicieron eco de tu muerte. Tras mucho debatir hemos acordado rendirte este homenaje póstumo porque nos parece injusto que la opinión pública, que ha sabido de tí únicamente por tu aparatoso adiós, te identifique como el niño con síndrome de Down que murió en el maletero de un coche en Formentera. Porque has sido infinitamente más que eso.

Lo tuviste todo en contra desde que naciste. Tu primer obstáculo fue una cardiopatía que se resolvió favorablemente a las pocas semanas. Pensamos que ya estabas a salvo. Empezamos a dedicarte toda nuestra atención: estimulación temprana, fisioterapia, natación. Con dieciocho meses conseguiste dar tus primeros pasos y estuviste preparado para empezar a ir al cole. Más tarde llegó la logopedia. Ya desde el principio descubrimos tu sonrisa. En cuanto supiste cómo articularla, que fue muy pronto, te abonaste a ella para siempre.

Jamás fue capaz de borrarla de tus labios la leucemia que te diagnosticaron a los tres años, llena de complicaciones y que tardaste cuatro en superar, ni el aparato que te viste forzado a llevar por tus problemas de cadera. Ganaste esas batallas con brillantez. No se podía esperar menos de alguien tan fuerte como tú. Estamos seguros de que fue tu sonrisa —otra vez tu sonrisa— que llegó a resplandecer incluso entre tubos y aparatos, la que impidió que el árbitro pudiera contar hasta diez. Un ejemplo de tu capacidad de lucha contra la adversidad.

Todos los que te conocimos estábamos enamorados de tí. Nos fascinaba —y sigue haciéndolo— tu capacidad para devolver multiplicado todo el amor que te profesamos a pesar de las situaciones extremas a las tuviste que hacer frente. Ya no sólo con tu recurrente sonrisa. También con tus continuas caricias, tus espontáneos abrazos y los incontables piropos que dedicabas a quienes estábamos cerca. Nos diste infinitas lecciones de entereza y fuiste único en poner al mal tiempo buena cara. Has sido el campeón del cariño.

Demostraste, como dejó dicho Machado, que el camino se hace al andar. Eras un experimentado nadador, asistías a clases de música, salías de acampada, jugabas al fútbol, practicabas karate, danza e incluso yoga. Siempre pendiente de robar un ratito para jugar con el ordenador. Cómo olvidar tu sonrisa cuando descubriste con sorpresa la vida submarina este verano en Formentera a través del cristal de unas gafas de bucear. Protestabas contrariado cuando el mal tiempo te impedía ir a montar a lomos de Kent. Tu curiosidad y tus ganas de aprender siempre fueron insaciables. Fuiste el ojito derecho de todas tus educadoras, el orgullo de tu escuela.

No creas que olvidamos lo gamberrete que siempre fuiste. Aficionado al escapismo, a pegar portazos, a esconderte para darnos sustos, a pasar olímpicamente de bajar de los castillos hinchables, a encerrarte tras cualquier puerta que tuviera un pestillo, a correr por los pasillos del colegio mirando hacia atrás muerto de risa mientras profesores y alumnos te perseguían. Disfrutaste y bebiste la vida a grandes tragos, como un auténtico cosaco.

Últimamente estabas radiante con tus nueve añazos. Más guapo que nunca, totalmente recuperado. Si tiempo atrás hacerte comer y sobre todo masticar exigía agotadoras sesiones, ahora era un placer verte disfrutar con la comida. Pasaste de estar flaco y deslavazado a convertirte en un niño fuerte y sano. Tu sonrisa, ya legendaria, se había impuesto por encima de todo para permitirte alcanzar la plenitud. Quizá por eso la muerte, que tanto te había acechado, decidió que era el mejor momento para llevarte con ella.

«Muere joven el amado de los dioses», escribió el dramaturgo griego Menandro hace 2.300 años. No imaginamos cuánto llegarán a amarte los se te acaban de llevar. Quizás no tanto como los que aquí quedamos, desolados por tu marcha: familiares, amigos, compañeros, educadores, personal sanitario y todos los que te conocimos, Álex. A cada uno nosotros nos trataste y nos hiciste sentir como alguien especial. Tu sonrisa ha sido un regalo impagable del que sólo hemos podido disfrutar nueve cortísimos años. Gracias por todo lo que nos has dado.


domingo, 17 de agosto de 2008

ANACRONISMOS




Juan Manuel de Prada publica en el XLSemanal de hoy un interesante artículo sobre anacronismos.


ANACRONISMOS

Leo –y mientras lo hago, tengo la impresión de estar padeciendo los efectos de un empacho lisérgico– que una asociación que se proclama «legítima heredera» de los templarios interpuso en un juzgado de primera instancia de Madrid una demanda contra el Papa Benedicto XVI, reclamando la rehabilitación de la Orden del Temple, así como una indemnización de cien mil millones de euros. Tan peregrina demanda fue inadmitida a trámite; pero los sedicentes herederos templarios han presentado ante la Audiencia Provincial de Madrid un recurso que se resolverá en apenas unas semanas. La noticia, que parece urdida por un gacetillero ocioso en plena resaca de anisete, ha sido divulgada por la prensa aprovechando la carestía informativa estival; y aunque, en general, el tratamiento que se le ha dispensado ha sido más bien festivo o condescendiente –acorde con el pintoresquismo de la reclamación–, el mero hecho de que tamaño dislate haya trepado a los titulares de los periódicos nos sirve para ilustrar el grado de confusionismo pachanguero que triunfa en nuestros días. Confusionismo en el que el hartazgo de lecturas danbrownescas y el anticlericalismo más esperpéntico se dan la mano, tan felices de haberse conocido; y, sobre todo, tan felices de haber hallado en la credulidad desquiciada de nuestra época –ya se sabe que, cuando se deja de creer en Dios, se empieza a creer en cualquier cosa– su mejor caldo de cultivo.

La pretensión de estos sedicentes herederos de la Orden del Temple desafía cualquier criterio de racionalidad jurídica. Siguiendo su abracadabrante ejemplo, mañana la comunidad sefardita podría interponer demanda contra el Estado español, reclamando que le sean restituidas las propiedades que tuvieron que abandonar sus antepasados hace cinco siglos; o los descendientes de los dacios que hace dos mil años fueron sojuzgados por Roma podrían exigir al Estado italiano una indemnización que los compensase por el daño infligido a las mujeres de su pueblo, concienzudamente violadas por los legionarios invasores. Pero, aunque la reclamación jurídica sea rocambolesca, nos puede servir para reflexionar sobre la delirante propensión de nuestra época a enjuiciar los acontecimientos del pasado desde perspectivas contemporáneas (esto es: anacrónicas). Propensión que no sólo afecta a cachondos y tarambanas que se creen custodios de las esencias de la orden templaria, sino también a individuos que gozan de cierto predicamento, e incluso –¡o sobre todo!– a nuestros gobernantes.

Pruebas de esta propensión anacrónica las tenemos por doquier: ahí tenemos a los sociatas convencidísimos de que la Guerra Civil fue un «conflicto entre fascistas y demócratas» (siendo ellos, of course, los «herederos legítimos» de los demócratas a ultranza); y a los peperonis encantadísimos de creer que la Guerra de la Independencia supuso el «nacimiento de la nación española», bajo los auspicios del liberalismo (siendo ellos, of course, los «herederos legítimos» de esos liberales fundanaciones). Cualquier debate televisivo de actualidad en el que se aborde algún asunto eclesiástico incorpora a un botarate que aduce, como prueba de la incapacidad de la Iglesia para «amoldarse» a los tiempos, el rechazo que en su día mostró a las teorías de Galileo. Cuando lo cierto es que dicho rechazo más bien demostraría que se «amoldaba» a los tiempos, pues las teorías científicas que en tiempos de Galileo triunfaban –las teorías pacífica y unánimemente aceptadas– eran las que formularon Aristóteles y Ptolomeo; y entonces la transmisión del saber exigía una férrea adhesión al criterio de autoridad (hoy ocurre exactamente lo contrario, con resultados al menos igual de deplorables). Pero la propensión anacrónica, jaleada por el confusionismo rampante, enjuicia el caso de Galileo con los ojos de nuestra época y se queda tan pancha; incluso ha logrado que Juan Pablo II pidiera disculpas en nombre de la Iglesia por haber rechazado hace cinco siglos las teorías de Galileo. Que es como si mañana el Colegio de Médicos de Albacete pidiera disculpas por haber recomendado, allá en la Edad Media, la sangría como panacea contra todas las enfermedades.

Los acontecimientos pretéritos sólo pueden ser enjuiciados conforme a las circunstancias del momento en que se produjeron; y, por lo tanto, sólo pueden enjuiciarlos quienes conocen tales circunstancias. Pero nuestra época ha hallado en el anacronismo la expresión más orgullosa y desenfadada de eso que los antiguos llamaban `la soberbia de los ignaros´. Tras la reclamación de los templarios, llegará la de las vírgenes vestales.


LA LENGUA ESPAÑOLA





Don Francisco Rodriguez Adrados

en la tercera del ABC de hoy

escribe el siguiente artículo

El Gobierno y la lengua española

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS, DE LAS REALES ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA

Domingo, 17-08-08

CUALQUIERA que lea las informaciones procedentes del Gobierno, leerá mucho de muchas cosas, pero menos de los problemas que a la lengua española crean ciertas Autonomías. Pero, inevitablemente, el nombre de España, que se prefería sustituir por eufemismos, se va filtrando en el público. «España» y no otra cosa gritan los futboleros, los del tenis y los demás. Y un Manifiesto que ha tenido merecido eco (le auguro más) habla sin complejos de «la lengua común de España». Esto empecé a decirlo yo hace tiempo, en vez de «lengua oficial»: es oficial porque es común.

Toda gran nación tiene una lengua común, del origen que sea. He escrito un libro sobre esto. La nuestra es el español. Pero al Manifiesto los medios oficiales y políticos le han prestado el silencio. El público, mucha atención.

Los hechos son innegables. Cada día aparece en los medios más información sobre los que se resisten a que sus hijos estudien en vasco y los envían a Francia, sobre las nuevas leyes catalanas, sobre las multas por anunciar en español, sobre el tener que chamullar el catalán o el gallego para opositar aunque sea a lo más ínfimo. Y se publican cada día estadísticas sobre el rebaje del nivel de la enseñanza, sobre que más del 50 por ciento querrían que se centralizara. Sobre el increíble retraso del Tribunal Constitucional. Etc., etc.

Esto ya lo sabíamos o imaginábamos, pero era como el rey que no tenía camisa, ahora se le hacen fotografías de todos modos. Salen en ellas aspectos no solo míticos, también económicos y políticos del asunto. Doscientos millones para el eusquera, hablado por el 11 por ciento de la población. Concursos a plazas de médicos quedan desiertos, por ejemplo, en Cataluña: los profesionales de fuera no quieren ir. La discriminación del español ha creado un problema para todos.

Gravísimo problema, mucho más que el de que Chaves se cabree o bromee. Y llevamos ya muchos gobiernos que nada hablan de él, Esperanza Aguirre intentó algo y ya vieron. «Aquí no pasa nada», es la frase, la usa hasta la delegada del PP en Cataluña. Y vaya si pasa.

Y hay las guerras entre las lenguas minoritarias. Por ejemplo, para los catalanistas el valenciano es catalán. Sí, claro, en el origen, pero no hoy socialmente, lean nuestro Diccionario. Recuerdo que una vez fui a Palma al Congreso de la Sociedad Española de Lingüístas y llegué tarde por eso de los aviones: los catalanistas ya habían dado de comer a algunos colegas y les habían arrancado aquéllo. Yo lo anulé y puse un papelito, que los que lo quisieran lo firmaran. Íbamos a un Congreso, no a hacerles propaganda.

Poco después -y olvido otras anécdotas-, yo daba una conferencia en Mahón, en español y de mis temas. ¡Tuve más público que Carod-Rovira, que hablaba al tiempo en catalán y de los suyos! Peor aún, en un informe a la Academia de la Historia critiqué eso de quitarle a Mahón su -h- etimológica, pío pío de los catalanistas y sus seguidores socialistas. No volvieron a llamarme a las islas. Viva la libertad de expresión.

Paro aquí, callo. Pero no termino. El pasado 12 de julio -y de ello habló ABC- hice una propuesta a la Academia Española: que se dirigiera al Gobierno pidiéndole que insistiera ante las Autonomías en que «cualquier ciudadano español y en cualquier lugar de España y en cualquier circunstancia estuviera autorizado a usar la lengua común española y a ser contestado en la misma». Tras tres jueves de intenso debate, mi propuesta no fue aprobada. Que había que hacer algo, decían algunos, pero quizá la Academia no era el órgano adecuado y aquello era peligroso, que la Academia había sido atacada hace no sé si 15 años por un escrito semejante.

Tampoco fue rechazada mi propuesta: sólo aplazada, quedó para octubre, ya oirán hablar de ello. No retrocedo. Fue lástima que el honor que yo ofrecía a la Academia, ser la primera, quedara entre dudas. Sí, todo es peligroso en la vida si se quiere hacer algo. También es peligroso no hacer nada. Veremos. El ambiente del español mejora a ojos vistas. Llegará el momento en el que el Gobierno o las Cortes o el Constitucional o el Defensor del Pueblo o las Academias o quien sea tendrá que hacer algo en una situación intolerable, única en el mundo. Sería deshonroso lo contrario. Esperemos a octubre.

Tantos españoles parece que nada quieren saber de España. «Es demasiado tarde», me dijo alguien. Pero algo va cambiando, nunca es tarde para las cosas justas. Para decir la verdad. «Amigo es Platón, más la verdad», dijo Aristóteles.

España, la España de romanos y godos y cristianos y de la nación moderna se ve mejor cuando salimos fuera. Desde América, incomprensible sin España, como ésta lo es sin ella. Ahora mismo acabo de ver en ella nuestro lujoso románico, llevado desde Segovia y otros sitios, en The Cloisters. Y España se ve en Países Bajos. Y en Italia, Grecia, donde están nuestras raíces. Y en cualquier sitio a donde van nuestros futboleros, nuestros mejores embajadores hoy.

Vengo de la isla de Samos, en el Egeo: los samios fueron, con Coleo, en el 638 a. C. si no recuerdo mal, los descubridores de España. Vinieron luego griegos, romanos, los demás: por todo Oriente están Trajano, Adriano y tantos otros. Pues bien, un samio que se había movido por Tartesos dedicó a Hera, la diosa guerrera (tampoco estas son invento nuevo) un peto de caballo en bronce con Gerión, el monstruo de las tres cabezas, vencido por Hércules, se puede ver en el Museo. Por Hércules, el que levantó las Columnas y sostuvo el cielo, el que se llevó, golosamente, no sólo las vacas de Gerión, también las manzanas de oro del jardín de las Hespérides.

O sea: griegos y romanos, hicieron de nosotros una nación. Esa nación existe.

Pero es mal tratada como tal nación. Porque no sólo tiene, junto a otras lenguas particulares, muy dignas de respeto, una lengua general maltratada, igual que su literatura, siempre en rebaja. También tiene una historia. Y una tradición, todo maltratado en los planes de enseñanza. Vean, vean lo que escribí en ABC en marzo de 2007 sobre el plan que expone el BOE para la ESO. Las cosas importantes hay que repetirlas.

No hay propiamente en esos planes Historia de España. Hay cosas generales, pero no la unidad de España bajo los godos, ni la invasión musulmana, ni la reconquista. Ni una visión clara de su unificación bajo los Reyes Católicos ni del papel de España al lado del Imperio Romano-Germánico, ni apenas de la conquista de América. Todo vago, confuso, lejano. Parece como si nuestro país sienta vergüenza. Hay que salir fuera, mirar desde fuera, para saber lo que fue y significó España, significa todavía. Porca miseria.

Y no voy a abrumarles con mi gran tema en ABC: el tema de las lenguas clásicas, que formaron nuestra cultura y la de Europa y que, desde el 70, van en picado con unos y otros gobiernos. Ya los partidos ni las citan. Resistimos, tenemos a nuestro lado gente entusiasta, siempre es posible un cambio que ponga las cosas en su sitio. Ahora, cuando voy a Múnich a una reunión sobre el Thesaurus, la gran empresa latina internacional, casi callo por vergüenza.

Y en tanto aquí seguimos haciendo, entre otras cosas, el Diccionario Griego-Español, el más grande y al día del mundo. Para el futuro y para todos, intentamos no perder la esperanza.

Algún remedio llegará. El más urgentemente necesario, ahora, es el que está pidiendo a gritos la lengua española. En favor de todos. Sus obcecados, arbitrarios enemigos, son los que más tienen que perder.

FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS

de las Reales Academias Española y de la Historia

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OCEANOS SOBRE LA MESA














Arturo Pérez - Reverte publica en el XLSemanal de hoy un bello artículo sobre barcos a escala, sin un solo taco.


OCEANOS SOBRE LA MESA O EL LADO BUENO DEL CORAZÓN HUMANO

Me gustan mucho los modelos de barcos a escala, y durante cierto tiempo los construí yo mismo. Algunos siguen en casa, en sus vitrinas: un bergantín de líneas afiladas como las de un cuchillo, una elegante urca llamada Derflinger, el Galatea, el Elcano, el San Juan Nepomuceno, la Bounty –naturalmente– y algún otro. También hay medios cascos barnizados en sus tableros, un gran modelo de arsenal del navío Antilla que usé para la novela Cabo Trafalgar, la sección transversal del Victory con palo mayor incluido, y un diorama, con todos los accesorios y las portas abiertas, de la batería inferior de una fragata de 44 cañones. Aunque conozco cada uno de esos barcos de memoria, sigo contemplándolos con extremo placer, recreándome en sus detalles mientras recuerdo las muchas horas pasadas con ellos; la lentitud del trabajo minucioso y paciente, lijando tracas, curvándolas húmedas con el calor, clavándolas en las cuadernas, modelando las piezas de cubierta, tejiendo de proa a popa la complejatelarañadelajarcia.

Hacer aquello no era sólo realizar un trabajo artesano y ameno, sino también, y sobre todo, navegar por los mares que habían surcado esos barcos. Suponía moverse con la mente por los libros, los paisajes y las historias de las que eran protagonistas. Borrar el resto del mundo, distanciándolo hasta olvidarme de él por completo. Recuerdo la paz de tantas noches, de tantas madrugadas entre café y humo de cigarrillos, cuando aquellas maderas, cabos y velas que tomaban forma entre mis dedos cobraban vida propia, se enfrentaban en mi cabeza a los vientos, las corrientes y los temporales. Y el orgullo intenso, extremo, tras meses de trabajo, de anudar el último cabito o dar la pincelada definitiva de barniz y retroceder un poco, quedándome largo rato inmóvil para contemplar el resultado final. Y qué curioso. Siempre tuve unos dedos torpes e inhábiles para el bricolaje. Soy lo más patoso del mundo: incapaz de dar cuatro martillazos a un clavo sin aplastarme un dedo. Y ya ven. Ahora miro esas maquetas y me pregunto cómo pude hacerlas; de dónde diablos saqué la pericia precisa. Amor, supongo. Amor al mar, a los viejos planos y grabados, a la madera barnizada y al metal bruñido. Amor a lo que esos barcos representaban. A su historia: los mares que cruzaron y los hombres que los tripularon, subiendo a las vergas oscilantes a gritar su miedo y su coraje entre temporales y combates. Sí. Supongo que se trataba de eso. Que de ahí obtuve la habilidad y la paciencia necesarias.

Imagino que esto explica, en parte, el inmenso respeto que tengo por quienes hacen trabajos artesanos a la manera de siempre. A los que todavía trabajan sin prisas, poniendo lo mejor de sí mismos; recurriendo a las viejas técnicas manuales que tanto dignifican la obra ejecutada. Dejando su impronta inequívoca en ella. En estos tiempos de tanto apretar botones, de máquinas sin alma, de pantallas electrónicas, de visto y no visto, de tenerlo todo hecho, comprable y listo para usar y tirar, me inspiran admiración sin límites esos orfebres, encuadernadores, uthiers, pintores de soldaditos de plomo, carpinteros o alfareros que, para ganarse la vida o por simple afición, mantienen el antiguo vínculo de la mente lúcida con el pausado trabajo manual. Con el orgullo legítimo de la obra concienzuda, perfecta, bien hecha. Con lo singular, hermoso, útil y noble que siempre es capaz de crear, cuando se lo propone, el lado bueno del corazón humano.

Ya no puedo hacer maquetas de barcos. La vida me privó del tiempo y de las circunstancias necesarias. Aquellas noches silenciosas entre dos reportajes, trabajando a la luz del flexo entre maderas, libros y planos antiguos, hace tiempo que se transformaron en jornadas de trabajo profesional dándole a la tecla. En la artesanía de contar historias. Ahora mi tiempo libre, cuando lo tengo, se lo lleva el mar de verdad: eso gané y perdí con los años y las canas. Conservo, sin embargo, la afición por los modelos de barcos a escala: siguen llamándome la atención en museos, colecciones privadas, anticuarios, revistas y tiendas especializadas. A veces entro en alguna de estas tiendas y acaricio, como antaño, las tracas dispuestas en sus estantes, los rollos de cabo para jarcia, las piezas modeladas, las cajas magníficas, bellamente ilustradas con el modelo del barco en la tapa, que tantos meses de placer y trabajo contienen para los felices aficionados que se enrolen a bordo. Hace días pasé un melancólico rato ante una caja enorme: modelo para construir del Santísima Trinidad: uno de los muchos barcos –cuatro puentes y 140 cañones– que siempre quise hacer y nunca hice. Casi un par de años de trabajo, calculé a ojo. Como una novela de esas cuyo momento pasa, y sabes que ya no escribirás nunca.